La evolución de sus empresas es bien conocida. En parte se hizo a golpe de adquisiciones, la primera fue la de Hotasa, 32 hoteles procedentes del grupo Rumasa en 1984 que fue informada favorablemente por el Ministerio de Transportes y Turismo que dirigía Enrique Barón y en que yo figuraba como director general de promoción del turismo. Ese mismo año y a propuesta mía, el ministro le concedió la medalla de oro del turismo, el primer gran reconocimiento de los muchos que después recibió y que siempre me recordaba con agradecimiento.
Después vino la compra de TRYP y en1987 de Hoteles Meliá por 12.000 millones de pesetas, tras lo que decidió adoptar este como nombre de la cadena, aunque manteniendo el original: Sol Hoteles para los de menos de 4 estrellas. El fuerte endeudamiento que exigió esa adquisición fue durante años una amenaza para la independencia de la compañía.
Un par de años antes mi mujer y yo le acompañamos a él y a su esposa Ana María a Bali para la inauguración de su primer hotel fuera de España, en la playa de Nusa Dua.
Hicimos escala en Hong Kong. Tras un par de horas libres quedamos citados en el lugar donde nos esperaba el autobús. A punto de salir el guía hizo un recuento y faltaba una persona. Resulta que era el propio Gabriel y ninguno le había echado en falta. Una buena lección que demostró que nadie es imprescindible.
También fue el primer hotelero español que apostó por Cuba. Así comenzó su gran aventura por todo el mundo.
Gabriel mantuvo su modestia todo el tiempo. No era amigo de faustos. Durante años tenía una pequeña oficina en el lobby del Meliá Victoria en Palma donde cada tarde comprobaba el nivel de ocupación de todos sus hoteles.
Cada vez que iba a Palma pasaba a saludarle y a veces le acompañaba a comer con sus amigos de toda la vida a un restaurante sin pretensiones en Playa de Palma, donde pagaban a escote. En ocasiones me llevaba personalmente al aeropuerto, por supuesto sin conductor.
Cuando le visité en su mansión de Son Vida, me enseñó un pequeño despacho donde trabajaba cuando estaba allí. El resto era exhibición para los posibles inversores.
Gabriel era un hombre de convicciones religiosas y conservadoras, pero nunca dejó que eso influyera en sus negocios o en sus tratos con las personas.
En estos años finales dedicó tiempo y dinero a la recuperación de destinos maduros, especialmente Magaluf, ciudad en la que la avenida ha sido rebautizada con su nombre.
Su vida ,tan rica, fue siempre sencilla. Nunca olvidaré el lujo que ha sido para mí disfrutar de su amistad. Su deseo de mantener la empresa en manos de la familia se ha cumplido con éxito