En el año 1.892, y en uno de los barrios trinitarios periféricos, un inmigrante español, posiblemente proveniente de la capital de La Montaña española, le enseñó con paciencia, el arte de la alfarería a un joven de apellido Santander, quien tuvo a bien crear un pequeño taller, sin saber que luego se convertiría en una gran historia. Así surgió aquella primera instalación que se anunciaba con el flamante nombre de El Alfarero: Fábrica de obras huecas y materiales de construcción, de Modesto Santander. Una familia que ha mantenido la cerámica como tradición, durante muchos años en la villa de la Santísima Trinidad.
Nosotros, con motivo de la reciente celebración en la isla cubana del Congreso Internacional de la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo, tuvimos de visitar este enclave, que nos fue mostrado por David Santander “Chili”, la cuarta generación de artesanos ceramistas. Él nos explicó sin poder concretar sus orígenes, que fue su bisabuelo Secundino Rogelio Santander, cuarta generación familiar, quien dio continuidad al negocio, que hoy regenta “Chili” y que deja tras de sí 2 hijos y 5 nietos. Al frente del torno de pie está ahora su sobrino, Abel, que fue quine los hizo las demostraciones de modelar el barro.
En el negocio de exposición y venta de piezas de cerámica se conserva con especial orgullo un coche de 1.914, Ford modelo T.
Se dice que el primer torno que tuvo el taller fue construido con la madera de un barril de vino, y las primeras piezas no se lograron hasta dos años después, en 1.894. En un principio, su producción fue decisiva para proveer a la villa de ladrillos, tercio, y cal, entre otros materiales para la construcción. Surgió también de esta forma, el nombre de aquel barrio, al que se le llamó Los Hornos de Cal.
Pero fue Rogelio, el hijo de Modesto Santander y Doña Panchita Ortega, quien desarrolló y convirtió en un negocio próspero, el viejo taller de su padre. Con el tiempo, El Alfarero incluyó entre sus piezas jarrones, tinajas, filtros para agua, macetas, y porrones, logrando una variada producción de gran demanda entre los habitantes de la villa. Más de un centenar de visitantes se acercan diariamente a este taller.
En 1.963 El Alfarero fue entregado al Estado cubano por los Santander, y aunque en aquel momento muchos miembros de la familia continuaron trabajando allí, hoy la familia posee sus propios talleres, donde mantienen la tradición de la alfarería trinitaria.
De una generación a otra pasaron los secretos de trabajar con el barro en el torno, para lograr objetos utilitarios y decorativos. Aquel rústico taller, que creó Modesto Santander, en 1.892, se convirtió en una escuela de Alfareros, un oficio seductor al que no todos tienen acceso.
Entre los descendientes de la Familia Santander, que se convirtieron en verdaderos maestros de la alfarería, se recuerda a Rogelito, hijo de Rogelio y quien sostuvo el oficio con suma dedicación, o Tomás Santander, nieto de Modesto, y experimentado alfarero al que le eran confiados los trabajos más finos, y a quien también le siguió su hijo Juan Alberto. Actualmente, tres grandes talleres de cerámica mantienen la producción, más tradicional, de la Familia Santander: Daniel (Chichi) Santander, Asariel Santander y Oscar Santander. Todos procedentes, del mismísimo tronco de la familia.
En una visión totalmente diferente se desarrolla Neidis (Coki) Mesa Santander, la única mujer alfarera, en su familia y también en la ciudad. Esta joven ceramista no sólo ha roto con la práctica de hacer las tradicionales piezas que se encuentran en la mayoría de los talleres, sino que le ha dado a sus vasijas de barro, un carácter utilitario y decorativo a la vez. Su Taller, bajo el nombre de La Casita del Barro, se ha especializado en hacer, además, murales de cerámica trabajados con relieves, bruñidos a mano con óxidos metálicos, platos con decoraciones precolombinas, reproducciones de fachadas y calles trinitarias, piezas únicas, además de formatos diversos.
En el año 2.007, la Familia Santander de Trinidad, recibió el Premio Especial de la UNESCO, a la Maestría Artesanl, un reconocimiento a la tradición de una familia y una ciudad. Pero la historia no se detiene en estadísticas y recuerdo. Hoy, un número importante de descendientes continúan la labor de sus ancestros, para dejar una profunda huella en la ciudad que llegó a ser la más rica de Cuba, con sus 75.000 habitantes.
“Chili” también recibió un reconocimiento especial por la Delegación Territorial del Ministerio de Turismo de Cuba “por su compromiso, dedicación y su labor en aras de la preservación de las tradiciones y sus aportes al sector del turismo en l provincia”