El tema son los inmigrantes. Y lo que mantiene siempre al rojo vivo las noticias es que, cada día, arriban hombres, mujeres y niños a las costas del país.
La mayoría de los medios de comunicación inventa entrevistas a personajes conocidos por un aire racista, dando a entender que si se permite la llegada masiva de inmigrantes ocuparan puestos de trabajo que, según dicen, corresponden a los nacidos en esta tierra; sumándole a esto, que los inmigrantes son portadores de peligrosas enfermedades contagiosas. Que tienen creencias religiosas totalmente distintas a las que en este país se profesan, opinan esto, entre otras “aberraciones”.
En esta sucia campaña en contra de la inmigración participa la totalidad de los medios de comunicación y, en cierto modo, están obligados, si no se venden a quienes publicitan en su medio estos ya no contrataran nada de publicidad y el periódico o la radioemisora tendrán que cerrar.
Los medios se arrodillan, arrastrando a los pocos informadores honestos que están en contra de esta campaña, pero deben elegir entre su conciencia o su bolsillo y prefieren disponer de un puesto de trabajo antes que pensar en la vida de un inmigrante. La verdad de lo que ocurre, son pocos los que la saben, la verdad es muy pequeña al lado de la mentira.
El llamado “viejo mundo” sobresale con el resto de los países, ya que estos disponen de un aceptable estándar de vida donde una mayoría goza de un buen poder adquisitivo. Además, los países integrantes de las asociaciones disponen de armas de alto poder destructivo, también amparan y apoyan económicamente a las innumerables sectas religiosas, que también rechazan la inmigración.
Pero, a pesar de que todo el planeta sabe esta situación, nadie es capaz de levantar la voz para denunciar algo injusto y lo injusto es que todos los países del viejo mundo saquean, día a día, los territorios de donde vienen los inmigrantes, cada país integrante de este viejo mundo saquea, en cierto modo, los recursos naturales de los países exportadores de inmigrantes, esto causa pobreza y los ciudadanos de esos territorios se ven obligados a emigrar. Es absurdo pensar que un inmigrante sin una profesión definida, sin un título universitario y sin conocer el idioma pueda quitar un puesto de trabajo, pero así lo venden los medios de comunicación y así entra en la mentalidad de la mayoría de ciudadanos. La curiosidad salta cuando se descubre que esos inmigrantes desempeñan trabajos que nadie quiere hacer, se pensaba que la esclavitud era cosa del pasado. Viven rodeados de un trato violento, de una pésima alimentación, soportando altas y bajas temperaturas, de una nula atención médica y tratando cada uno de entender el idioma del país al que han arribado.
A raíz de estos vergonzosos hechos en este viejo mundo nacieron o se crearon numerosas asociaciones solidarias, grupos colectivos y similares que tomaron como bandera la lucha y defensa de los inmigrantes. Comenzaron con reuniones, discursos, proyectos, planes de aceptación del inmigrante y especialmente con permitirles llegar a estas costas y ser recibidos como seres humanos. Se financian con dinero obtenido mediante donaciones, compromisos individuales de colaboración y de personas que se asocian de una determinada entidad de colaboración. Nacieron muchas que luchan cada día en busca de justicia para estas personas incluso algunas ya disponen de vehículos motorizados, de barcos y de locales donde reunirse; buena señal, aún existen en el mundo personas con conciencia.
Operan no solo con los inmigrantes sino también contra otras aberraciones cometidas por los llamados “países desarrollados”, que realmente justifican este apelativo mediante la fuerza, la corrupción, la demagogia y la amenaza de bloqueos económicos que impiden el desarrollo de otros territorios.
En una de esas asociaciones sucedió lo que les contaré a través de estas líneas; un hombre con muchos años luchando en favor de la inmigración y de todo aquello que originara víctimas inocentes, dedicó toda su militancia a ayudar a suavizar las injusticias. Hizo declaraciones contra los culpables, realizó huelgas de hambre poniendo en peligro su propia vida, buscó, sin resultado, espacio en un periódico, en una radioemisora, en una cadena de televisión, algún lugar en que le concedieran algunos minutos para explicar su ideal y el de su organización, quería que algún periodista honesto le entrevistara; pero, lo poco que consiguió, tuvo un fin triste, una joven periodista estuvo casi dos horas hablando con él, entrevistándolo y este hombre dijo todo aquello que solicitaba de las autoridades para humanizar el problema.
Vivió unos días de alegría celebrando la entrevista como una pequeña victoria hasta que recibió una llamada telefónica de la mujer que le había entrevistado, el diálogo fue corto y dramático, su trabajo lo leyó el director del medio de comunicación y, con fuertes palabras, le preguntó si ella trabajaría gratis una vez publicado su artículo porque los grandes empresarios retirarían la publicidad, la cuestión fue que nada se publicó y la periodista honesta quedó sin trabajo. Sin embargo, él siguió luchando en la calle, entregando octavillas, aprovechando los adelantos informáticos, los de comunicación mediante mensajes y todo aquello que le ayudara a difundir su ideal.
No se sabe -o si se sabe, pero se esconde- decir al mundo la cantidad de hombres, mujeres y niños que mueren ahogados cada semana en el mar, son seres humanos desesperados, que huyen de esa cosa que llaman “patria” y que les niega el pan, lo que les obliga a buscarlo donde sea y nace la desesperación que les obliga dejar su propia tierra, a emigrar y el océano es testigo de pequeñas embarcaciones sobrecargadas de personas que se aventuran sabiendo que es más probable morir ahogado que llegar a un destino soñado. Se habla de muchos miles de muertos, gente que paga a mafias que, siendo conocidas por la autoridad, no hacen nada por impedirlo y estas mafias, a cambio de mucho dinero, les permiten viajar en un cayuco con destino a la muerte. Se ha sabido de casos en que muchas familias han vendido casa, enseres y todo lo que tenían de valor para entregar dicho dinero a un hijo que quiere salir, que quiere un cambio, que decide luchar desde otro lugar y, desde donde se encuentre, ayudar a su familia a salir de una brutal pobreza que les va matando de hambre, de enfermedades y de hechos violentos.
No sé qué puede sentir un hombre o una mujer que lucha desesperadamente contra la violencia de las aguas saladas en medio de una tormenta y que, de pronto, los colmillos de un tiburón le perforen una pierna o le arranquen un brazo y la sangre derramada llame a muchos de estos escualos a comer carne humana, carne de personas que se mantienen con vida por un ideal, por una meta, hasta que son arrastradas al fondo del océano eliminando el mínimo porcentaje de esperanza que tenían.
En algunos puertos o algunas costas cuando estos seres humanos llegan hambrientos, tullidos, enfermos y asustados les proporcionan una manta y un vaso de leche; decía un amigo: “es fácil regalar un vaso de leche a un campesino si antes le has robado la vaca”.
Es verdad que en cada rescate a orilla del mar son muchas las voluntarias, voluntarios y personal profesional que trata de salvar vidas, y lo hacen, pero en la memoria de los ciudadanos queda clavado no el número de salvados ni el heroico trabajo de los y las profesionales sino el número de muertos, que sí comentan los medios de comunicación.
No se puede olvidar que también son miles, muchos miles, los que sueñan entrar en territorio desarrollado haciendo el camino por tierra y el drama es terrible, especialmente para las mujeres; los encargados de puestos fronterizos, de cuidar o impedir el paso de inmigrantes con destino a otro país, les obligan a mantener relaciones sexuales si quieren continuar su camino, ninguna puede oponerse, nadie les defiende, nadie se preocupa de ellas, la mujer inmigrante deja de ser una persona y se convierte en un objeto y nadie, absolutamente nadie se preocupa. Se dan muchos casos en que jóvenes mujeres logran sobrevivir teniendo que aceptar el sarcasmo escondido de los medios de comunicación que, lejos de empatizar con ellas, critican y ponen en duda cualquier testimonio que tengan por dar: “muchas llegan embarazadas”, comentan; lo que no dicen es que, al salir de su país, no lo estaban.
En muchas ocasiones, al terminar un rescate en la orilla del mar, pasadas algunas horas y de improviso hace acto de presencia una autoridad importante del país, formula algunas preguntas, se persigna, contiene unas posibles lágrimas, dice que los pocos sobrevivientes serán atendidos y, una vez fotografiado, se retira a su confortable oficina a esperar otra tragedia con inmigrantes como únicas víctimas.
Pero el hombre que luchó por terminar este genocidio con tantos culpables siguió luchando, siguió gritando la verdad, siguió repartiendo octavillas y haciendo huelgas de hambre.
Un amanecer de otoño, le llamaron a su casa y le comunicaron que un cayuco con cerca de cien personas estaba a punto de naufragar cerca de la costa, el hombre no lo pensó y, a medio vestir, montado sobre una motocicleta, se dirigió raudo al lugar de los hechos que le habían comunicado. Mucha gente miraba desde la costa mientras grandes olas parecían jugar con la pequeña y antigua embarcación cargada de hombres, mujeres y niños. Los que miraban, en su mayoría mayores, gritaban a los desesperados inmigrantes que, lógicamente, no escuchaban nada y tampoco entendían el idioma, el ruido del mar ahogaba los gritos; desde la costa parecía un baile de títeres que se desvanecían cada vez que una ola levantaba y dejaba caer la embarcación, cuerpos que caían al mar, desaparecían entre las olas.
Cuando el hombre llegó a este dramático escenario, no aparcó la motocicleta en ningún lugar, saltó del pequeño medio de transporte, corrió a la orilla, miró durante unos segundos y, sin pensarlo, se arrojó al mar, se movía con violencia, nadaba como un pez atemorizado, aparecía y desaparecía entre las olas, trataba de levantar los brazos como anunciando su presencia hasta que logró llegar hasta la embarcación, tomó a una mujer que sostenía un niño en los brazos y a un niño de corta edad y, junto a ellos, se lanzó nuevamente al mar, es bastante difícil de imaginar, pero el hombre parecía volar sobre las olas. A pocos metros de la costa, otras personas le ayudaron, sostuvieron a los que él traía y les pusieron a salvo mientras el hombre volvía a la mar.
Se dice que salvó a cerca de veinte personas, se confirmó luego el fallecimiento de una significativa cantidad de extranjeros desesperados que perecieron ahogados.
Trascurridas cerca de diez horas, un brillante automóvil negro se acercó a la costa, cuatro fornidos hombres le acompañaban, uno de ellos le abrió la puerta del coche y otro miró alrededor para certificar que nadie se acercara, el hombre elegantemente vestido preguntó a una mujer que miraba el mar con tristeza: “me han comunicado que murió ahogado un hombre de una asociación de voluntarios, ¿usted sabe de quién se trata? Yo soy el señor alcalde.
La mujer le miró con desprecio, se alejó algunos pasos y, levantando la voz, le respondió: “ha muerto un hombre honesto, un hombre valiente”.