Da pena dejar esta casa mía escurialense, decorada a la “sans façon”, con los pecios del naufragio de distintas desapariciones. Desde lámparas modernistas o barómetro debut du siècle, a cuadros de arte contemporáneo que son los que verdaderamente rejuvenecen el viejo mobiliario oscuro de la abuelita.
Aquí se quedan las paredes de gotelé vintage -por llamarle de alguna forma- o los pañitos de ganchillo que no me atrevo a quitar, porque desnaturalizaría el resto de la ornamentación. Los bibelots de todos los orígenes y tendencias se acumulan hasta la saturación.
La Naturaleza habla con elocuencia y ya comienza a verse la caída de las hojas, quizás más por el viento y las tormentas, que por la próxima llegada del otoño. ¡Cómo cambia el mes de septiembre, respecto a agosto! Incluso mi vecino de jardín ha comenzado la poda, para mi contrariedad y ha rasurado el plátano de paseo que yo tenía frente a mi terraza, en una poda cabeza de gato, que se llama, -se asemeja a la cabeza de un gato sentado-, porque dice que las ramas se le metían en sus ventanas. Cierto que los árboles no deben estar nunca cerca de los muros de una casa, son invadentes y restan luz.
Algunos amigos que dejaron sus vacaciones para septiembre, me envían fotos de Ibiza y me ponen de manifiesto la terrible dana que ha azotado las Islas Baleares. Septiembre siempre es un mes arriesgado para disfrutar de sol y la playa. Pero los embalses van subiendo y eso pone contento a mi amigo Luis, al que le envían puntualmente la situación del agua embalsada, para ducharnos más o menos.
En mi paseo matutino he visto ya desfilar a los primeros escolares de infantil y primaria, con sus papás. Me gusta oír sus conversaciones, por de ellas deduzco el tipo de relación:
-Papá, tengo frío.
-Pues camina deprisa y se te quitará. Un papá práctico
Los diálogos de los adultos con los “locos bajitos” -así llaman a los niños Jardiel, Gila y la canción de Joan Manuel Serrat- son deliciosos, porque les enseñan a a los pequeños a ver e interpretar el mundo.
Comienza el ceremonial de cubrir sofás, sillones y muebles con las viejas sábanas blancas en desuso, para no encontrarlo todo con un dedo de polvo al regreso. Aunque el Escorial no está lejos de Madrid, no vuelvo durante el año -el curso- a la vivienda, pues poner en marcha una casa me resulta latoso.
Si regreso a almorzar algunos fines de semana al Real Sitio, a los restaurantes Horizontal, Cocheras del Rey, Napoli o La Villa. Por fortuna y lamentablemente El Escorial y San Lorenzo se están haciendo más lugares de restauración hostelera, que convocantes de actos de cultura. Las dos galerías de arte que había han cerrado, lo cual dice poco en favor del lugar. La programación del Teatro Auditorio es manifiestamente mejorable, al decir de los melómanos entendidos. El Real Coliseo Carlos Tercero, una “bombonera” dieciochesca deliciosa, está casi siempre sin programación… Lo siento por mi amado Escorial.
En Navidad sí suele ponerse hermoso con un belén especial al aire libre. El escultor local, Pardito, hizo uno de ellos delicioso, en una ocasión, con su característico estilo de chapa metálica recortada. Las luces de la Navidad son siempre alegres y buena representación de la llegada de la Luz del Mundo, que se celebra. Volveremos por esas fechas.
En mi último paseo por los jardines de la Casita del Príncipe, al lado de mi casa, he hablado con el guarda de seguridad. Le hago notas que no hay cisnes en el estanque y si los van a poner. "No, desde la pandemia. Pero son los cisnes los que eligen el lugar adecuado para su vida y sus crías, en sus migraciones". Viendo lo sucios que están los estanques de Patrimonio Nacional, no me extraña que no se asienten en sus estanques.