Se centra en el período de finales de los años 90 en Tokio y narra las vidas diarias cruzadas del periodista -Ansel Elgort-, el policía del departamento de anticorrupción que le adopta y le guía en el inframundo de la capital, Hiro Katagari interpretado por Ken Watanabe , Sato el miembro de la yakuza que aparece en todas las movidas -Sho Kamasatsu- y su pareja, Samantha -Rachel Keller- una chica de buena familia americana que trabaja , eficazmente, como chica de compañía en el clásico bar nocturno frecuentado por los gánsters y que aspira a montar su propio negocio rompiendo las normas que no pueden ser escritas. Entre el bar, la redacción, los lugares de reunión de los ”yakuzas” y la calle, se desarrollan la mayor parte de las escenas.
El trepidante y prometedor inicio con un primer capítulo dirigido por Michael Mann -Miami Vice- nos presenta un Tokio variado y fascinante; en mi opinión la ciudad más interesante del mundo, entonces y ahora, y unos personajes de gran poder. Los inevitables tópicos de racismo y misoginia de la sociedad japonesa se aceptan como “exigencias del guion”.
El ambicioso Edelstein -más allá de lo correcto en Japón- empieza a investigar por su cuenta un par de muertes sospechosas ligadas a una empresa dedicada al prestamismo. A pesar de que sus compañeros y superiores le advierten de que lo deje, él continúa hasta que descubre que en Japón no hay asesinatos sino los define así la policía: “El asesinato es una definición que corresponde solo a la policía” le advierte el redactor jefe.
Elgort aprendió japonés lo que da un buen ritmo a muchas escenas, pero su aspecto querúbico y su ausencia de carisma le va quitando protagonismo según avanza la serie. Lo contrario ocurre con el gran Watanabe -El Ultimo Samurai- que se va apoderando de la cámara a medida que esta progresa.
Las notables escenas callejeras nos presentan fielmente esa mezcla, aparentemente imposible, de barrios ultramodernos con otros de casitas bajas –a veces coexisten- que parecen anclados en el siglo XIX. Todo dentro de la limpieza exquisita de esa ciudad, imposible en otras de ese tamaño.
Como también se juntan la educación exquisita y el respeto por la jerarquía con el abuso que hacen de esta los que la ostentan y la “refinada” pero extrema violencia del submundo local.
Al tiempo incluye el interesante asunto de la convivencia -aparente- de algunos extranjeros, en puestos de trabajo que lo permiten, con los locales, que no pueden evitar los numerosos prejuicios respecto a los “gaijines”, los que no son de aquí, la fascinación por las mujeres blancas y teóricamente más libres, al tiempo que el recelo hacia las mismas .
Esa mezcla de policías corruptos, mujeres misteriosas -las locales- y delincuentes sin límites no logra atrapar plenamente la atención del espectador. La serie se ha quedado a medio camino entre el cine negro de los años 40 en Hollywood -los diálogos aún siendo buenos no llegan a esa altura- y el “esteticismo “de Miami Vice donde el continente importa más que el contenido.
Los admiradores del país nipón -y creo que somos muchos- disfrutaran con la descripción del día a día de la vida en Tokio : el exquisito uso del escaso espacio en las viviendas, la variedad y calidad de la comida y la vida trepidante pero ordenada en la calle. Los escépticos se limitarán a pasar el rato.