Nos llevaban a ver Luisa Fernanda, doña Francisquita, Bohemios, El Caserío, del maestro Guridi, La Revoltosa, Marina, Agua azucarillos y aguardiente, y otras de género menor, protagonizadas esta vez por la inolvidable Celia Gámez.
Bien es verdad que fue mi abuela María quien tomó el relevo de llevarnos a las Revistas, tipo Zarzuelas pero de tono un poco menor. Recuerdo que la abuela nos llevaba a la fila una o dos de patio de butacas, pues era muy conocida y daba propinas mastodónticas a las taquilleras, que la querían con locura.
Yo no recuerdo bien los entresijos de las Zarzuelas y las Revistas, que eran el equivalente a la Operetas francesas, las que solía representar el tenor Luis Mariano allá en el teatro “Chatelet” de París.
Ese murmullo incontenible del público que abarrotaba la sala, y los sonidos que desde el foso de los músicos se escapaban en un solo de flauta o de violín, los preciosos decorados iluminados profusamente, y la apariencia varonil sin mácula de algunos de los tenores y barítonos, el de la mesozoprano, la oberturas con la orquesta a todo pasto etc, fueron inolvidables. Confieso que me aburría un poco en determinados momentos, pero lo disimulaba pues sabía que mis padres, la tía Angelina o la abuela María, nos llevaban hasta allí a la caída de la tarde, al templo luminoso de las más famosas melodías.
Recuerdo a mi hermano con la atención contenida que miraba, pienso que mi hermano lo miraba todo con más atención que yo a pesar de ser un poco más joven, y es porque mi hermano era muy agradecido aunque no entendiera gran cosa, pues mi hermano, de mente ingenieril, era casi perfecto y muy agradecido en todo.
A la salida del Teatro de la Zarzuela era ya de noche y solía correr un relente un tanto frío, nuestra madre nos envolvía con la bufanda, tapándonos cual momias faraónicas, la nariz, la boca y las orejas. Papá corría a la Carrera de San Jerónimo a coger un taxi para nosotros. Y poco después avanzábamos sobre ruedas hacia nuestra casa de Hilarión Eslava y después de Alberto Aguilera.
Papá era muy elegante y muy alto, y mamá era guapísima sobre todo cuando se peinaba y se pintaba y maquillaba; olía a perfume y a polvos de maquillaje, a mí siempre me han gustado las mujeres pintadas y en eso mi madre era prodigiosa, sobre todo cuando a la caída de la tarde nos acompañaba con mi padre hasta el Teatro de la Zarzuela a oír y a ver las partituras inolvidables.