Mi queridísima hermana Mercedes, con los brazos caídos junto a la cintura, sonriente como siempre y con una cincha a diadema colocada al pelo. Aparece como siempre – tan buena - como para decirme Germán, queridísimo hermano, aquí me tienes.
Se me ha partido el alma, sí. Mi hermana que murió hace ya algunas décadas y que de ponto la veo ahí, tal como era, sencilla, sonriente y buena, dispuesta a saludarme y hasta a abrazarme.
Sé que la muerte no existe desde que Jesús de Nazaret nos redimió de ella, de no ser así esta ausencia sería para mi insoportable. María del Mar, se llama así la dueña de la foto, cree haberme hecho un gran favor al enviármela, y sin embargo me ha producido un doloroso recuerdo al ver de nuevo a mi hermana, ausente de mi vida, testigo de mis viajes, compañera inolvidable en la fría y pequeña cuadrícula llena de colorido, aún impresa entre mis manos temblorosas, las de un pobre viejo como el que os escribe.