Fueron 18 días en el mar, atravesando Adriático, parte del Mediterráneo, hasta llegar a Córcega, Cerdeña, Sicilia y Estambul - a través del Bósforo -, para adentrarnos finalmente en el Mar Negro hasta las poblaciones de Odesa y de Yalta.
Siento gran emoción al rememorar aquellos años llenos de felicidad, de luz y sobre todo de juventud.
Fue impresionante ver como en Odessa y en Yalta la población permanecía en pie y en un silencio triste, mientras nuestro trasatlántico se iba separando del muelle y alejando hacia el lujoso mundo capitalista, y aquellos pobres desgraciados permanecían en pie allí, en el muelle.
Siempre desde mi juventud pude comprobar el dolor y la miseria que con harta frecuencia rodeaban el planeta.
Años más tarde, con mis estudios universitarios terminados y ya trabajando a las órdenes de los ministros de Fomento, entre ellos Josep Borrell, con quien coincidí en varias entrevistas y ruedas de prensa en su despacho privado del ministerio, y con la periodista Encarna Sánchez. Por cierto Borrell, uno de los hombres más inteligentes y brillantes que haya conocido en mi larga vida, y que tenía las manos húmedas y blandengues.
Años más tarde, como antes decía, volé hasta Moscú, y fue allí donde Faina - mi guía en la Unión Soviética mientras me daba caramelitos al enterarse que yo era escritor-, me contaba con sonrisa sardónica como sus misiles nucleares apuntaban a Nueva York, Washington, París, Londres, Roma, Berlín y Madrid. Era en la grandiosa Plaza Roja, que nunca podré olvidar.
Más tarde, y tras visitar Varsovia, Cracovia, Czestochowa, Leningrado -ahora San Petersburgo-, que Mijaíl Gorbachov me invitara a una Dacha en el Kremlin, a través de la voz aguardentosa de su agregado cultural en la Embajada de la Unión Soviética en Madrid, señor Chekoulis; hecho éste que tuvo lugar en el Restaurante “El Puchero” de Madrid, en la calle Larra, mientras masticaba Goulash a la Húngara y unas angulas de Aguinaga con guindilla y ajitos, y yo le miraba entre interesado e inquieto.
Bien. Después de que el liberal, humano y ultramoderno Mijaíl Gorbachov me invitara a vivir cerca de él y de su esposa Raísa Gorbacheva junto al Kremlin, y de la liberalización del extenso país, la llamada Perestroika, vinieron tiempos oscuros, y llegó al poder Bladimir Putin.
Putin, al contrario que Gorbachov - el “hombre del mapa en la frente”, como le llamaba mi inolvidable amigo Gironella -, venía del KGB, de los Servicios Secretos de la antigua Unión Soviética venida a menos precisamente por obra y gracia del presidente Ronald Reagan -, siempre soñó con volver a reconstruir las Rusias de Dostoievski, de Tolstoi y de Boris Pasternak y su Doctor Zhivago; siempre añoró, como digo, al imperio desvanecido, por eso ahora ataca e invade Ucrania, con el permiso de la Duma, el parlamento ruso que yo conocí. Y si le dejan, si le dejamos, invadirá Polonia, Hungría y Checoslovaquia para hacer de sus territorios los propios del antigua imperio; el imperio que derrotó el extinto Ronald Reagan, y que yo conocí cuando era más joven, más guapo y no sé si más inteligente. Lo que no me falla es la memoria para entrever de nuevo el posible final catastrófico de una tercera guerra mundial, que sería la última en este doliente y hermoso planeta; nuestra querida tierra…Pero lo malo, con serlo, no es eso tan solo. Ahora va y se encarga, creo que en el levante español, una mesa larga y desmesurada para recibir en el Kremlin a otros colegas suyos, presidentes del gobierno; y no hay más que verle en las fotos de prensa sentado en una punta de esa mesa kilométrica, larga como un portaviones, y en la otra punta el presidente de Francia, que tienen que mirarse con prismáticos Zeiss y hablarse con megáfonos y altavoces para poderse ver y oír.
Si al deseo de poder - la mano de hierro de volver a recuperar el territorio nacional perdido -, unimos su cerebro fabricado por la KGB, y ahora esas mesas absurdas, desmesuradas y demenciales para recibir a sus colegas; llegamos a la conclusión – yo en espacial que me he recorrido las Rusias de punta a cabo, y que atravesé el muro de Berlín, cuando aún existía, por la Checkpoint Charlie -, llegamos a la conclusión de que Putin, como antaño Hitler, de oscura memoria, estaban y están como cabras, paranoicos o dementes, y lo que es peor, con una chispa de cordura.
Por eso y por lo demás, como dice la canción, Vladimir Putin es “un peligro para la paz mundial”...