Y es esa Luna, que la han cantado los poetas de todos los tiempos para dar corporeidad a sus ensoñaciones que parecen dar una explicación a nuestros deseos de inmortalidad; de no morir para siempre.
¿Qué sentido puede tener tanta belleza en el seno de un universo sin sentido?. ¿Qué hacemos aquí pobres mortales, polvo del polvo, llamados a perecer para siempre?. ¿Por qué ese pedrusco gigante ilumina nuestras noches y sique girando y girando alrededor de nosotros?.
Todo hace pensar que si se creó a lo largo de los milenios esta esfera azulada para albergarnos, y encima le sobró al Creador talento o ganas de embellecer o perfeccionar su obra dotándola de un bello satélite, La Luna, bien podrá pensarse que los ojos que la contemplan, anonadados cada mañana tras superar la noche oscura del pecado, bien podrá prolongarse esa mirada atónita a pesar de que sean un día no lejano pasto de los gusanos.