Han aflorado los recuerdos a aquel lejano país, de población, en su mayoría, asiática y joven, de grandes extensiones geográficas que se hace imposible recorrer en su totalidad. Ni siquiera pude ver sus famosos canguros pues había que trasladarse a miles de kilómetros de donde me encontraba. Pero sí viajé durante todo un día en bus para visitar estos monumentos pétreos ante las costas de Tasmania donde el mar azota con fuerza y transforma el paisaje. Era el triunfo de la Naturaleza frente al mar. Me recibió esa mole triunfal cuyo arquitecto es mago de la erosión. Unas cuantas rocas, doce en total, junto a la abrupta playa. Se conoce el paraje por Los Doce Apóstoles.
El arte también triunfó en París donde se yergue el Arco de Triunfo, en el que pensé inmediatamente al descubrir este otro. Desde el famoso Arco de Triunfo de la ciudad de María Antonieta se divisa una imagen que marea de tan bella y una se descubre ante la perfección arquitectónica de la ciudad.
Contemplando este arco tallado en piedra por la tosquedad erosiva, recuerdo Paris y una historia que me contó una de mis hermanas. Siendo ella estudiante había ido en viaje de estudios con sus compañeros a la Ciudad Luz. Era muy joven y no había salido todavía al extranjero. En España las chicas éramos todas vírgenes y la censura estaba muy de moda. Gobernaba Franco. No veíamos nada. Ni sabíamos nada tampoco. Me contó que estando en Paris, como digo, había entrado, junto con sus amigas, a un café de esos que tienen terrazas en la calle cubiertas con paredes de cristal para guarecerse del frío parisino y aprovechar los pocos rayos de sol que se permite la ciudad. Mi hermana reparó en un hombre ciego. Estaba sentado junto a una mujer a la que le acariciaba los pechos. La imagen, me contaba mi hermana, fue tan brutal, que cuando me la refería yo sentía enrojecérseme mis mejillas.
Estando sentada frente a esta mole de piedra incrustada en el mar, yo evocaba las manos de aquel hombre ciego acariciando los pechos de la desconocida. Qué compleja es nuestra imaginación y nuestra capacidad de relacionar unos paisajes con otros cuando dejamos libertad a nuestra mente.
(*) Concha Pelayo - Escritora/ Gestora Cultural - Miembro de AICA, FEPET y ARHOE - https://voydetapas.blogspot.com.es/