18ABR25 – MÁLAGA.- Sostiene Pereira que, muchas veces, los ritos tienen dos versiones contradictorias. Una, optimista; otra, pesimista. La primera es la de la novela El principito: “Hubiera sido mejor venir a la misma hora- le dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; descubriré el sentido de la felicidad. Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón...Los ritos son necesarios”.
La versión pesimista, sin embargo, dice que los ritos matan la vida al fosilizar las palabras y los actos que lo forman: se oyen y se ven, pero no se escuchan ni se miran. Porque falta la novedad.
Va pensando sobre sobre el sentido de los ritos mientras se dirige, como otras primaveras, a pasear, observar, ver, contemplar y oír las “apasionadas” ceremonias que dan comienzo a la Semana Santa abulense. Sube siempre por la empinada escalera que une su “morería” con el recinto amurallado donde las cruces del Calvario se muestran tristes en su mudez de siglos. Suele hacerlo hacia las cinco de la tarde mientras las campanas de Santiago le dan la hora y él recuerda otro rito de tortura y muerte. Así, antes de coronar su particular viacrucis escalonero, recita para sí, los versos de Lorca que, entre metáforas y música, anuncian la tragedia del torero amigo, Ignacio Sánchez Mejías: “Ya luchan la paloma y el leopardo/ a las cinco de la tarde./ Y un muslo con el asta desolada/ a las cinco de la tarde/. Dile a la luna que venga, / que no quiero ver la sangre/ de Ignacio sobre la arena/. Eran las cinco en punto de la tarde”...
A las cinco, haga sol o amenace lluvia, en las iglesias abulenses, se recuerda también la tortura y la muerte de un hombre dios inocente, como el toro del poema. Recostados en la piedra madre que sostiene la muralla y oliendo la miel de los almendros, unas parejas de jóvenes quizás dormiten al sol; otras, tumbadas en la hierba junto a una cruz de madera, quizás se abracen remedando el Amor que todo lo envuelve y al que los creyentes honran en su Cristo maltratado. El cielo celebrará su azul presente o futuro y un río de gentes, como todos los años, empezarán a invadir el paseo del Rastro y el Mercado Grande, entrando y saliendo de la muralla sin desmayo. ¿De dónde saldrá tanta gente? ¿Qué ciudades quedarán vacías? ¿De qué huirán las gentes?
Le sorprende, como cada año, ese duro contraste entre el turismo y la religiosidad. Recuerda aquellas Semanas Santas de su niñez, todo silencio, la vida paralizada, el luto y el lamentar de las saetas en la radio de pilas. Ve ahora las tiendas de recuerdos abiertas y las de productos típicos y los bares llenos y las terrazas rebosando y la pugna política por declarar a las Semanas Santas de interés regional, nacional o internacional y piensa que una nueva religión, ha sustituido a la otra. Se llama el rito consumista y también viene cargada de dolor y de muerte. Dolor, para los que no pueden viajar y gastar en una terraza mientras ven alegremente la procesión de turno; muerte, para la Tierra esquilmada por los que consumen demasiado y se apropian de lo que pertenece a todos.
El nuevo rito turístico ora así: “Que vengan más y gasten mucho”. Pero también en este nuevo viacrucis, los más son toros y cristos; los menos pero más poderosos, son “trumposos”. Menos mal que, a pesar de todo, siempre llegará la resurrección de los humildes.
* Julio Collado Nieto es maestro de educación, autor de libros infantiles y de poemas en varias antologías literarias. Además, es columnista habitual en el Diario de Ávila, colaborador en Televisión 8Ávila y monitor del taller “Lectura, escucha y memoria” de la Fundación Ávila.
(Enviado por José Antonio Sierra)