02MAR25 MADRID.- Ahora, al final de mi vida, comprendo que de los treinta y dos países de la tierra que he visitado y que tantos me han parecido, han sido en realidad solo una parte minúscula del planeta, el planeta de las tres grandes religiones: el Cristianismo, el Budismo y el Islam.
Cuando era muy niño la relación del Jefe del Estado con los países árabes adyacentes a la península Ibérica era excelente. El general Franco siempre presumía de esa excelente relación, con Mohamed V; yo no sé si esa relación era simplemente cordial o era impuesta; fue anterior a la “marcha verde”.
Recuerdo al Jefe del Estado pasar por la Gran Vía madrileña en el Mercedes Benz blindado que dicen le regalara Hitler, seguido de la “Guardia Mora” a caballo, con sus penachos y sus maravillosos uniformes. Sería curioso ver o mejor folclóricamente contemplar hoy en día al presidente del Gobierno seguido de la “Guardia Mora”.
Mi padre sin ir más lejos en la guerra Civil comandaba un destacamento de Regulares; mi padre fue teniente de regulares, uno de ellos le cinceló en una gruesa moneda de plata un anillo del mismo metal que a veces se ponía.
Siempre he anhelado ir a Marruecos y a Túnez, pero a mi esposa no le agradan esos países para mí maravillosos, y teme que va a coger cualquier infección letal al lavarse los dientes con agua del grifo.
Marruecos, junto al desierto ribeteado de palmeras, tiene que ser un lugar fascinante; sus aromas, sus colores, sus sabores. Cerca de mi casa se halla el restaurant “Aladino” al que me gusta ir a comer de vez en cuando para paladear esos sabores.
El refinamiento del Islam, sus palacios, sus estanques, sus jardines; es un refinamiento que no tenía aquel Jefe del Estado, nacido en el Ferrol, en Galicia, esto es tierras visigodas; me refiero claro a los ocho siglos de reconquista; aunque sus primeros disparos los diera en África.
Ahora cuando veo en los documentales televisivos la plaza mayor de Marrakech, me emociono mucho, ese tesoro de la Unesco. Y no digamos si la 2 de Televisión Española me desplaza hasta la India, con sus 1.438 millones de habitantes. ¿ Qué son esos millones con los pobres 335 millones de los Estados Unidos de América sin ir más lejos, o con los cuarenta y pico de nuestro país?.
¡El Taj Mahal!, ¡Qué maravilla!, ¡qué líneas!, ¡qué conjunto armónico!.
El budismo, como forma de vida, siempre me ha interesado, intentar esquivar el sufrimiento y el dolor que originan la vejez, la enfermedad y la muerte.
Bien es verdad que he recorrido a golpe de camello las Pirámides de Egipto, que me he perdido en los zocos de Estambul o de El Cairo, y que he subido al Empire State Building de Nueva York. No me puedo quejar.
Y que en trasatlántico Cabo San Vicente, de la Compañía Ibarra, semejante al Titanic, atravesé el estrecho del Bósforo y penetré por el llamado Cuerno de Oro, hasta llegar a la Mezquita Azul y la de Solimán el Magnífico, y atravesé la llamada Puerta de las Leonas en Micenas y en Corinto estuve junto a la cátedra donde San Pablo habló a los ateniense por vez primera del Cristo de los cristianos…. ¿ Pero qué es todo eso con atravesar el Sahara en camello, como lo hizo Lawrence de Arabia personificado en el cine por el gran Peter 0´Toole ?.
Sí, cuando contemplo en el cine la cordillera del Atlas con su alturas nevadas, sus picos, los más altos con nieve del norte de África. También me acuerdo de mi admirado Ernesto Hemingway y “La nieves del Kilimanjaro”, una de su principales novelas llevadas al cine; ese hombre amante de la caza mayor, del whisky y de la mujeres, que fue premio nobel de literatura, que alimentó mis sueños juveniles con “Las verdes colinas de áfrica”, con su “Adiós la armas” y sobre todo con su inefable “El viejo y el mar”.
¡Qué forma de narrar, qué fuerza, y qué trágico final el suyo, propio de un avezado escritor acostumbrado siempre al triunfo, afincado con frecuencia en La Habana y amante de la España austera de aquellos años, aquel país recio, gentil y tenaz, el de la corridas de toros de los Sanfermines!.
Nada. Es lástima que la vida no sea más larga y que el tiempo, el paso del tiempo, nos termine erosionando; como los vientos y las olas del mar erosionan los arrecifes y los más poderosos farallones reduciéndolos con el paso de los siglos a ceniza y piedra pómez.
Ya que no puedo moverme como antaño, bajaré a “Aladino” a comer Cuscús, puré de garbanzos y ensalada de repollo o remolacha; y cuando llegue Wangelis, mi amigo libanés, brindaremos con “Arak Bacha”, el licor que él fabrica.