Opinión

Una familia de ensueño

Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Los conocí ya mayor, eso que vivían muy cerca de nuestra casa.

Germán Ubillos Orsolich | Lunes 23 de diciembre de 2024

23DIC24 – MADRID.- Como la de Nazaret, aunque a escala humana, de ella emana una luz especial. Fue en la época del Covi, la famosa pandemia. A eso de las ocho de la tarde todos los ciudadanos de bien nos asomábamos a las ventanas y nos poníamos a aplaudir a los sanitarios que se esforzaban por investigar y fabricar la vacuna que nos salvara la vida.



Y fue durante una tarde de los aplausos que en la acera de enfrente de mi casa una chica muy joven aplaudía desde su balcón en compañía de su padre al que miraba sonriente, señalándome mientras le decía, “¡Mira, papá, como aplaude ese hombre, con cuántas ganas!” . Y era verdad porque yo, perteneciente al mundo del espectáculo y para más señas al de la farándula, estaba acostumbrado a aplaudir siempre a los actores.

De ese etéreo conocimiento surgió la chispa, y de ella la llamada telefónica para expresar a la jovencita mi gran preocupación porque ese contacto tan original duraría tan solo lo que durara la pandemia. Pero ella, curiosamente y con cierta seguridad, dijo que duraría mucho pues al ser su madre periodista y yo escritor de esa mezcla volcánica emanaría el raro perfume al que ahora me refiero.

Pero, de veras, no es fácil expresarles lo que quiero contarles.

Poco tiempo más tarde aparecerían un buen día, por no decir una tarde, por el portal de su casa el matrimonio con sus tres hijas muy jóvenes. Dos de ellas eran mellizas, y la tercera, la menor, era la que aplaudía.

El aldabonazo lo tuve cuando me enteré que eran de Burgos. Sí, fue como un gong que sonara en la nave central de una catedral gótica. Y es que Burgos es para mí “Castila la Vieja”, no Castilla – León, como ahora dicen equivocadamente

Mi padre al viajar de pequeños en verano a San Sebastián, siempre paraba en Burgos para comer, y nos acercaba a la catedral a ver y a oír al “papa moscas”.

Todo se mezcla en mi alma, ahora en la Navidad, como un aroma penetrante, inconfundible… inolvidable.

El padre de la niña, aquel padre, era un cargo intermedio de una famosa empresa de transportes, “El Alsa”. En “El Alsa”, de más joven, había viajado yo hasta Asturias, a ver a una alumna de filosofía, ¡para qué contaros!; pero esa es otra historia.

La de ahora es Victoria, la hija pequeña del matrimonio de la periodista. Sí, quizá la más revoltosa de las tres, la menos convencional, la más compleja; si es que en mi alma tan compleja y dolida se halla algo que no sea tan bien convencional.

Victoria y yo os comunicamos de perlas. Pasó el tiempo, no mucho - según dicen -, aunque el tiempo a mí se me ha hecho eterno, y a mis ochenta y un años veo tan lejano el tiempo de mi infancia como el horizonte neblinoso al que a Cristóbal Colón pareció inspirarle las Américas, cuando aún bogaba muy lejos de aquellas tierras.

La periodista, el gerente del “Alsa”, y la niña risueña, hemos vuelto a encontrarnos hace poco en “Viena Capellanes” de Luisa Fernanda, uno de nuestros lugares predilectos. Hacía tiempo que no nos veíamos, desde que estuvo Victoria en Canadá, pero parece que no es así, que mi memoria falla. Su madre me corrige y su padre también, empiezo a dudar de mi memoria que desde luego jamás fue nada buena, otra cosa es mi fantasía. Pido por eso a Dios que en el otro mundo me la conserve; ese don que él me regaló y que me ha hecho tan feliz toda la vida.

He encontrado a Victoria casi igual. Cuando la veo sueño con Peter Pan, y pienso que ni ella ni yo crecemos porque somos semejantes, y que en el otro mundo - en el que sus padres parecen no creer demasiado -, jugaremos los dos contando las estrellas una a una, pues ella aún no sabe lo que va a ser de mayor- lo mismo que me ocurría a mí -, y me mira pícaramente mientras me dice al oído: “Llama a mamá , el día que tú quieras, para que nos veamos, y ya está”.

Sí, así es Victoria y así soy yo, dos almas errantes que un día se conocieron aplaudiendo desde sus balcones.