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Cuba: La visita al Museo Romántico es obligatoria en Trinidad

A. del Saja (*) | Martes 10 de diciembre de 2024

09DIC24- TRINIDAD - CUBA- Mucho tiene que ver la ciudad cubana de Trinidad. Pero el Museo Romántico es uno de los enclaves que deben figurar obligatoriamente en la guía de los turistas. El edificio, también conocido como Palacio Brunet, es el primer museo inaugurado en la villa, en el año 1973. El edificio es uno de los palacios más bellos de Cuba, antiguamente perteneciente al Conde Brunet, un adinerado criollo que terminó de construir el edificio en 1808. Se distingue por su patio andaluz, que en aquella época fue considerado como el más bello del país caribeño y se caracteriza por la mezcla entre los estilos mudéjar y neoclásico. Se encuentra situado en el corazón del casco histórico de Trinidad, en un lateral de la Plaza Mayor.



Dentro existe una valiosa colección de objetos pertenecientes al siglo XIX. Consta de catorce salas donde se exhiben las obras de artes decorativas, como vajillas, muebles antiguos, porcelana y objetos de lujo de la época.

Tuvimos la ocasión de conocerle en nuestra última visita a Trinidad, con motivo de la celebración del Congreso Internacional de la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo, que se celebró en la isla caribeña.

La ciudad colonial e histórica declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988 y Ciudad Creativa del Mundo de la Artesanía y Artes Plásticas en 2019, vivió su época dorada a finales del siglo XVIII y principios del XIX, con el despegue de la industria azucarera, propiciando la construcción de casonas y palacetes que hoy son orgullo de la cultura cubana. El asentamiento colonial español mejor conservado de Cuba se encuentra como si se hubiese detenido el tiempo a mitad del siglo XIX. Las edificaciones, que fueron surgiendo gracias a las enormes fortunas azucareras amasadas entonces, se reparten por su laberinto de calles adoquinadas.

Su epicentro es su plaza Mayor o de Serrano, compuesta por un jardín central repleto de palmeras y cerrado con rejas blancas, alrededor de la cual se alza la iglesia parroquial de la Santísima Trinidad y las viejas casonas y palacios de los siglos XVIII y XIX, cómo el Histórico Municipal y el Románico. Este último se ubica en el imponente antiguo palacio de Brunet, lindante a la derecha de la iglesia parroquial, todo un ejemplo de la arquitectura colonial trinitaria. Que tuvo dos etapas de construcción, la planta baja data de 1740 y fue la residencia de la familia del capitán Felipe Santiago de Silva y Álvarez Travieso hasta 1807, que la adquirió José Mariano Borell y Padrón, quien mando construir la planta alta.

En 1830 pasa a poder de Ángela Borrell y Lemus, casada con Nicolás Brunet y Muñoz, gran hacendado azucarero y propietario de numerosos esclavos, que entre otros títulos recibió el de Conde de casa Brunet de la Corona española, quienes vivieron en ella hasta 1857 que se marcharon a España. Después de pasar por diversos usos, como tienda de ultramarinos, hotel y sede de la Asociación Pro Trinidad, en la actualidad y desde 1974 acoge el museo Romántico.

El suntuoso palacio cuenta en su fachada con grandes arcos sobre pilares que dan forma al portal, con pavimento de mármol y balcones volados con reja de hierro decorada. En su interior en el que destaca el patio andaluz -considerado en su momento el más bello de la isla-, su planta baja es de estilo mudéjar con su techo de madera construido en 1740, siendo de neoclásico el de la planta superior, con pinturas murales en sus paredes y suelo de mármol italiano de Carrara. Como museo se ha recreado la distribución interior de una casa noble colonial trinitaria del siglo dieciocho, cuyas estancias se hallan en torno al espectacular patio, con una amplia muestra de muebles y artes decorativas de la etapa del romanticismo europeo del siglo XIX extendido a América.

Distribuido en catorce espacios con salas, recibidores, comedores principales y salones varios –como el destinado para los señores donde fumar y beber o para recibir a las visitas de negocios-, dormitorios, baño, letrina y cocina, que componen un conjunto museístico en los que se exponen 900 de las 2000 piezas con las que cuenta. Mobiliario de maderas preciosas, como el francés de 1852 de la habitación principal de cedro y caoba, con compartimentos de madera de citrus limonero con el fin de aromatizar las prendas y alejar a los insectos. La cómoda española con secreter donde se guardaban documentos, dinero e incluso las cartas de libertad de los esclavos.

O el maravilloso secreter austriaco de 1790, con 105 escenas de la mitología griega dibujadas sobre planchas de metal esmaltadas, con meseta para escribir y compartimento para guardar las cartas de amor. Así como otros de maestros ebanistas con influencias inglesas y norteamericanas, con el toque local de tapizado con pajilla adecuado al clima local, o alacenas de cedro.

Reliquias exclusivas como la cama isabelina española de bronce y nácar. O la pieza considerada de mayor valor del conjunto museístico, la vitrina alemana tallada confeccionada con porcelana de Meissen, llegada a la isla después de la segunda guerra mundial, en cuyo interior se exponen piezas de gran valor con oro, rubís nácar, marfil o porcelanas. Elementos entre las que se encuentran unas curiosas cajitas denominadas “carnes de valses”, en el que se introducían los nombres de los hombres con los que tenían que bailar las mujeres durante toda la velada en las fiestas.

Así como finas vajillas, cuberterías de plata, porcelanas y cristalería de las más afamadas fábricas europeas como Limoges, Bohemia, Murano, Meissen, Sévres o Bacarat entre otras, tanto en piezas como en lámparas; o las peculiares escupideras para el tabaco, que no se fumaba sino que se masticaba y escupía. Cuadros de personajes de la propiedad, familiares o de sus personas más cercanas, como la de la cantante soprano lirica Mary Blanc, oficiosa amante del duque a la que le construyó el teatro Brunell para que actuase en él. Curiosa es la bañera de mármol de Carrera italiano de una tonelada de peso, el baño conectado con un tubo a un pozo negro o las majestuosas cocinas decoradas con azulejos de Manises (Valencia) y la vajilla de porcelana de Limoges.

La visita al palacio y museo traslada al visitante a la gloriosa época de los acaudalados empresarios azucareros trinitarios y al espíritu más refinado de la Cuba colonial.