28NOV24 – MADRID.- Queridos lectores y lectoras, me gustaría que mis palabras volaran más allá de mis escritos en “Euromundo Global”, éste diario al que estoy tan agradecido. Y es que deben de comprender que Jesús de Nazaret, que era un judío y adoraba su cultura, nunca descalificó la sexualidad sino todo lo contrario.
Para los judíos la sexualidad era una fuente de vida y no de pecado, de comunicación entre las personas, del bienestar del cuerpo al que daban una importancia fundamental. Ha sido la iglesia romana la que ha anatematizado la sexualidad como fuente de males, y es ésta y no otra la visión helenística pero no judía.
Me gustaría destacar en pocas palabras que ahora -al final de mi vida y antes de traspasar el umbral-, deseo fervientemente de una forma consciente e inconsciente encontrarme con un Dios-madre y no con un Dios-padre. Sí, un dios con rostro de mujer.
Las mujeres acompañaron al maestro hasta la cruz, mientras que los apóstoles huyeron espantados y despavoridos ocultándose en casa de amigos y conocidos.
Las mujeres no solo acompañaron al maestro hasta su tortura, sino que fueron también las primeras en tener noticia y conocimiento personal de su resurrección; y de comunicar a los apóstoles que después de la muerte hay otra vida. Por eso Jesús las amó de una forma tan especial, y éstas le amaron a él mucho más que los hombres, más que sus apóstoles. Sin embargo - cosa curiosa - la iglesia de Roma les impide llegar hasta el sacerdocio; consagrar, etc.
El sentimiento de culpa es helenístico y no judío. El cuerpo es algo maravilloso y no fruto de pecado.
Sí, necesito, necesitamos un dios compasivo y sensible que nos quite las angustias y las crisis de ansiedad; un dios-madre y no padre; un Dios-lexatín o megasedán. Yo como escritor os puedo describir la angustia de vivir pensando que hemos de morir un día.
Tengo una amiga doctora que me dice que me ayudará a morir; ella se dedica en el buen sentido de la palabra a eso. Que nadie se escandalice si afirmo que deseo fervientemente un Dios que nos proporcione “sedación” en nuestra fase terminal, un Dios que no nos torture en una cruz y que en nuestros últimos momentos nos responda y nos hable con cariño, para que no tengamos que decir “Por qué me has abandonado”.
Sí, una madre que nos ayude a travesar el umbral. No quiero morir torturado y solo.
Eso es todo.