27NOV24 – MADRID.- Hay que partir de la base de que un buen número de los no creyentes son mejores personas que los creyentes; ser creyente no implica demasiado, lo que implica es portarse bien, ser buenas personas. No creo que el buen Dios premie precisamente a los creyentes sino a los seres solidarios, humanos y misericordiosos; por eso el hecho de que pueda existir el más allá o el paraíso será para ubicar a más personas de los que la iglesia como tal enumera, justifica o imagina.
Por eso cuando dicen “ver a Dios” me suena muy teatral – yo que soy autor de teatro - pues a Dios no se le ve, quizá se le “sentirá”, pues él mismo dice que nadie que haya visto su rostro puede sobrevivir a tal trance.
Entramos entonces en el llamado mundo del más allá, lo que me gusta a mí llamar, “el mundo de lo invisible”.
¿Cómo será el rostro de Dios?, ¿abrasador?. Pobre de mí que sufro estrés con tan solo ver a la gente; o una entrevista de una hora.
Para mí, lo que yo necesito, es un rosto de Dios balsámico, afectuoso y suave; algo así como el “Lexatín de 1,5 mg”, la mejor medicina que se ha inventado hasta ahora después de la Aspirina, u hoy en día el llamado Paracetamol, léase “Gelocatil”.
Y bien, un Dios balsámico, tranquilizador y relajante; amoroso, pero no abrasador ni justiciero, el Dios de la guerra. ¿Pero qué es eso?, para eso ya tenemos bastante con esta vida tan perra como agresiva.
Por eso no me gusta el Antiguo Testamento, me gusta el Nuevo Testamento, el de un Dios misericordioso que muere por nosotros ejecutado en una cruz, para compartir así con nosotros - los hombres, mujeres, niños y animales -, eso tan tremendo que es la muerte; la pérdida del cuerpo, lo único que tenemos.
Lo mejor del Credo es la resurrección de la carne; pero con otro cuerpos no exactamente como estos, sino que atraviesan las paredes, las puertas, la ventanas y los planetas; cuerpos que ya no han de morir, como dicen que hizo Cristo después de resucitar.