20MAR18 – MADRID.- Cuando vas perdiendo la movilidad, viene en tu auxilio el recuerdo. Cuando más lo necesitas, el recuerdo trae consigo la belleza. La belleza del pasado; de playas, de acantilados, de islas, de personas, de cuadros, de partituras, de libros, de lecturas, de momentos imborrables, inolvidables….de épocas.
De pronto en la oscuridad, en la soledad forzosa surge como un manantial de agua trasparente y fresca el recuerdo intenso de aquella persona, de su sonrisa, del tono de su voz. La visión rojiza del crepúsculo más allá de la sierra de Aitana apoyado en un murete de piedra desde el Paradero de Ifach.
El olor intenso y el estruendo de las olas un día de marea muy viva en el paseo nuevo de San Sebastián.
El sonido aterciopelado de la vieja pianola mientras mi padre interpreta el tango “La Comparsita”.
El aire purísimo del Guadarrama, paseando pensativo junto a la gran cruz del Valle.
La brisa nocturna en la cubierta del Cabo San Vicente camino de Estambul, mientras mi padre impecable y de smoking me susurra algo al oído.
La pista acharolada sorteando los pequeños charcos muy al alba, en que Rosa y yo nos aprestábamos a subir al avión que nos llevaría de Leningrado a Moscú.
La imagen de Martita saltando en el sofá, riendo y braceando a la espera de que la cogiéramos en brazos.
Merece la pena ser viejo y estar enfermo si guardas en el alma recuerdos tan llenos de belleza que reviven de forma sorprendente en momentos de oscuridad total.
(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.