www.euromundoglobal.com

Vivencias

Algún Día Quise Ser Escritor

Por Ramiro – desde Santiago de Chile

domingo 26 de enero de 2025, 20:16h
26ENE25 – SANTIAGO DE CHILE.- Vacaciones de invierno de 1966, cursaba segundo humanidades G en el Instituto Nacional, estaba muy entusiasmado con el curso de castellano, en especial con la literatura. Como ya había leído los libros señalados por mi padre, era un ramo que me iba muy bien, además, después de leer a muchos escritores latinoamericanos de excelencia, recomendados por mi profesor, sentí que mi vocación definitivamente eran las letras.

Un día de julio después de más de cuatro meses de clase antes de salir a vacaciones de invierno, se me ocurrió que tenía que tener vivencias como escritor, dejar volar mi imaginación y escribir de acuerdo con mi pasta de escritor, llegué a la conclusión que la mejor ciudad que se prestaba para mis inicios, era Valparaíso. Conversé con mi padre de mí posible viaje a Valparaíso en las dos semanas de vacaciones que se venían, pero no tuve buena recepción de parte de él, debido a mí corta edad, y a que mi emprendimiento era muy cercano a la locura.

No tenía muchas esperanzas en obtener el permiso, ya que muchas veces en mis vacaciones a Tomé, no dejábamos de visitar por el día a nuestra querida familia de Talcahuano, a la casa de mis padrinos Carlos e Irma, en la calle Aníbal Pinto N° 505, si mal no recuerdo. Mi tía Irma era hermana de mi padre, una excelente mujer, siempre pasábamos un día muy agradable y feliz junto a mis primos, cuando caía la tarde nos preparábamos para partir, mi padre no me dejaba que me quedara unos días, y me obligaba a volver a Tomé.

Sin embargo, esta vez después de muchas conversaciones y discusiones fuertes con mi padre, nunca supe porque aceptó que fuera a escribir a Valparaíso. Esto le trajo muchos problemas con mi madre la cual se negó rotundamente, seguro que tuvieron muchas peleas, de las cuales nunca me enteré.

El 12 de julio de 1966 mi papá me acompañó a tomar el tren a Valparaíso que salía de la Estación Mapocho. Me dio sus últimas indicaciones e instrucciones para el viaje. Por la ventana del tren que se ponía en marcha, lo observé con una cara entre gran alegría y mucha preocupación, levantó su mano para el último saludo lleno de bendiciones (Una vez más, gracias viejo).

Siendo las 18:30 horas, después de largas horas de sensaciones distintas en el tren, éste llegó a la estación de Valparaíso, que queda vecino a la plaza donde está el monumento a Prat y al puerto. Por primera vez en este viaje, sentí que necesitaba una respuesta a mi pregunta ¿Qué hago aquí?, se estaba oscureciendo y me volvía a preguntar ¿para dónde voy?

Yo no conocía la ciudad, sin embargo, me puse a caminar por la calle Cochrane que a esa hora aún tenía movimiento, edificios con ventanas cerradas, algunos con paredes de lata, algunas fuentes de soda, las que veía desde lejos por no tener plata y seguía caminando, hasta que llegué a la plaza Echaurren, me di cuenta que era un barrio bohemio con mucho arte, vida y juerga.

En la plaza me senté en una banca, abrí mi cuaderno (de marca Torre), de doscientas hojas empastadas y amarradas sus hojas con hilo, me puse a escribir mis primeras líneas. Luego de un rato, seguí caminando en dirección a la Plaza Aduana y en la equina vi una especie de Cabaret/Boite que se llamaba American Bar, no pude más con el hambre y como su dirección era Cochrane 12, me dije a la una (1), a las dos (2) y como la suma daba tres (3) entré, habían muchas mesas para 4 personas, un escenario y una escalera que llevaba al segundo piso, donde se ubicaba el altillo de la orquesta. En ese escenario desfilaron cantantes, músicos, bailarines y artistas más famosos de la época.

El American era un lugar en semipenumbra, con olor a humedad y a cigarrillo, en esos tiempos era libre fumar en espacios cerrados, el local abría sus puertas de lunes a domingo, los parroquianos de distintas clases sociales, iban vestidos de terno, y otros con sus impecables uniformes de la Armada, pero sentados en las mesas como iguales, habían marinos de guerra y mercantes, profesionales, connotados políticos de izquierda y de derecha, personajes famosos, marineros de otros países, turistas, empresarios, prostitutas, traficantes y contrabandistas. Me parecía que dentro del local no se sentía desigualdad social. Como yo era pequeño, no me di cuenta que todo giraba alrededor del sexo, pero sentí un ambiente que para mí era extraordinario.

Como tenía hambre, me paseé por las mesas saludando y pidiendo un poco de bebida y restos de la comida servida sobre las mesas, la gente muy perpleja ya que yo vestía de uniforme de colegio, de pantalón corto, con la insignia del Instituto que me daba fuerza y confianza, me convidaban algunas cosas, hasta que llegaron dos tipos grandes y me convidaron a salir diciéndome “cabro culiado”, que estás haciendo aquí, sale inmediatamente del local, aquí no se permiten vagabundos, yo les contesté como me pueden tildar de vagabundo, cuando soy escritor y alumno del Instituto Nacional, es ahí cuando una señora ya de edad escucha esto y les dice a los tipos que no me saquen y me invita a sentarme a su mesa.

La señora me preguntó de donde era y qué era eso de escritor, le conté que venía de Santiago, que traía mi cuaderno, lápiz y sacapuntas, para escribir mis experiencias y ella riendo me preguntó dónde pasaría la noche, porque no traía bolso, ahí me di cuenta que efectivamente no traía ropa. Llamó a un mozo, me preguntó que quería “servirme” y le dijo que me trajera el pedido, cuando estaba terminando de comer, se acercó un señor muy bien vestido y le dijo a la señora que estábamos en un problema, ya que yo era menor de edad, pero ella se levantó de la mesa, conversaron y después me dijo que teníamos que irnos antes de que empezara el show.

Disfruté de la comida y la señora me fue señalando quienes eran los señores que estaban sentados a las mesas, y por supuesto quienes eran sus acompañantes. Le pedí permiso para escribir, con muy poca luz, pero como era un niño, tenía vista de águila. Ella me autorizó, pero antes me pidió el cuaderno para ver lo que ya había escrito y cuando leyó las pocas hojas que había escrito, se mató de la risa. Escribí por un buen rato, hasta que apareció el maestro de ceremonia en el escenario y gritó AMERICAN BAR y todos contestaron, incuso la señora, SU CASA, no entendía nada, pero si me sonó como la respuesta de una gran familia.

Alcancé a ver una joven agraciada presentada como Jocelyn Daudet, media gordita y vestida con muy poca ropa, que se contorneaba como pavo real, de los que solía ver en el campo, tuvimos que salir, sin antes de que la señora le dijera al mozo que mi consumo lo agregara a su cuenta.

Salimos del local y caminamos calle abajo hasta llegar a la Plaza Echaurren y a media cuadra por la calle La Clave llegamos a una casa llamada los Siete Espejos, era un prostíbulo donde la señora era la Cabrona, que por lo general, solían ser las dueñas y administradoras de los lenocinios. Había un gran salón con siete espejos colgados con cordeles, como las antiguas espías de naves, con una particularidad que desde cualquier rincón del salón se veía con claridad la entrada, que permitía además, desde el segundo piso, cuidar que no fuese una redada de detectives (tiras) los que golpeaban la puerta.

Contaba además, con un piano de cola de donde salían las notas para acompañar el baile de los parroquianos con las princesitas, todas bonitas, muy sensuales, con escasa ropa para que admiraran su mercancía. Los visitantes, muchos de los cuales los había visto en el American Bar, terminaban su noche en esta casa, la que funcionaba hasta las cinco o seis de la mañana.

Imagínense cuando la señora me indica cual será mi habitación, la de ella, pero había instalado otra cama donde dormiría yo. Salí nuevamente al salón, estaba un señor de unos cuarenta y cinco años, cantando tango, como el mejor lunfardo de Buenos Aires, sacó muchos aplausos, me convidaron un cucharón de ponche, de la ponchera que estaba en medio del salón, ya siendo muy tarde, cansado me fui a la pieza, había un tocador, muy parecido al de mi madre, -aprovecho de recordarte vieja, te quise mucho-, eso sí mi mamá lo llamaba “toilette”, donde alcancé a escribir algunas páginas, pero me venció el sueño y me dormí.

Al otro día me di cuenta que me habían lavado y planchado mi ropa, la señora me llevó a comprarme ropa y salí de una tienda con pantalones, camisas, calzoncillos y calcetines. Primera vez que usaba pantalones largos. Después fuimos a almorzar a la caleta el Membrillo, una pescada frita con puré y ensalada a la chilena (no había comido nunca esa ensalada). Hubiera querido comunicarme con mi padre y madre, para contarles donde estaba y como iban mis escritos, pero en ese tiempo no había celulares, por eso solo le recé a mi virgen de Lourdes, para que de alguna manera se comunicara con mi madre, muy devota de la virgen, y le contara que su Manuelito estaba muy muy bien y que ya había escrito más de cuarenta páginas en su cuaderno.

Volvimos a la casa, ya habían hecho el aseo y había muchas sábanas secándose en unos secadores de mimbre. Pude apreciar la casona en silencio, sin la bulla de los parroquianos, las princesas de la noche estaban sin maquillaje y se veían distintas a como brillaban en la noche, entrevisté a algunas que alojaban en la casa, todas las entrevistas quedaron escritas en mi cuaderno. La señora me dijo que aprovechara de dormir la siesta, ya que tendríamos mucho que hacer en la noche.

Después de dormir la siesta, fuimos a una casa que quedaba muy cerca, llamada Miss Merry, para conversar con su amiga Merry, administradora de la casa. Era una mujer mayor, arrugada, olorosa y

bien pintada. Luego empezaron a llegar las princesas de la noche, que las presentó como sus hijas. El papel de estas señoras, era crear un clima familiar entre todos los integrantes de la casa, lo que explica que a veces la llamaran “madrina”. Con el tiempo supe que Miss Merry fue la cabrona y regenta más importante en su tiempo.

Eran como las ocho de la noche cuando los tres nos fuimos caminando al American Bar, entramos y me presentaron al dueño del local, amigo de las señoras, nos invitó a sentarnos en su mesa que era la principal del American, de lo que me acuerdo se llamaba don Armando, a su vez, las señoras me presentaron como escritor. Ahí me enteré que en este escenario se presentaban los artistas más famosos de la radio y que tenía tres a cuatro show por noche, su público habitual era de la burguesía y muchas personas de familias acomodadas. Esa noche las señoras habían sido invitadas por don Armando, porque cantaba un joven peruano, muy bueno, que estaba empezando a triunfar con sus valsecitos peruanos.

La cena fue realmente majestuosa, comí toda clase de mariscos y el mejor lenguado que creo me comeré, al terminar de cenar, apareció en el escenario el maestro Juan Carló preguntando con voz fuerte: “AMERICAN BAR” y todos contestamos “SU CASA”, ahí me contaron que Carló era autor de esa frase. El ambiente que se vivía era un espacio en que los seres de la noche compartían sus emociones, sentimientos y vivencias de un mundo matizado por el licor, la comida, el placer, la fiesta y la desinhibición de sus protagonistas.

En seguida Carló, presentó a Justina Sánchez, “la negra Justina”, que me contaron que ella se había enamorado de Andy Moss uno de los integrantes de los Platters, cantaba muy parecido a una de las cantantes más famosas de Jazz que ya había escuchado, la famosa Billie Holiday, Estaba sorprendido por el show, hasta que Carló anunció al joven peruano desconocido, pero que estaba sonando en aquella época, Lucho Barrios, cantó la Niña Bonita, que no sé porque me acordé de las princesitas de la noche que había entrevistado. Sin embargo, cuando empezó a contar que quería estrenar una canción que le había conquistado su corazón, “Valparaíso de mi amor” y su interpretación me dejó muy emocionado, vi cómo se me pararon los pelos, me quedé sin palabras.

Cuando llegué a la casa me fui derechito a escribir, para no perder el sentimiento y emociones que había sentido en mi cuerpo esa noche, escribí varias hojas de mi cuaderno.

A los dos días de vivir en los siete espejos, me di cuenta porque las mujeres siempre estaban dispuestas a acogerlos en la farsa de ese amor, que era pagado.

También empecé a encontrarle sentido a lo que había leído de Oscar Wilde, “Me gustan los hombres que tienen un futuro y las mujeres que tienen un pasado”.

Otra de las salidas invitadas por la señora, fue a la Peña de Valparaíso, me dijo que había un poeta joven y que debía conocerlo, no me acuerdo donde estaba, pero salimos de los Siete Espejos, perteneciente al barrio que curiosamente fuera de acoger a uno de los prostíbulos más lujosos de la región, había acogido también al Convento de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.

Si vi algo especial en este barrio, era el sincronismo que se creaba por la presencia de los marinos chilenos y extranjeros, intelectuales, políticos y prostitutas.

Me da la impresión que esta peña quedaba en el subterráneo de una Universidad, nos recibió personalmente uno de los socios de la peña Osvaldo Rodriguez, llamado el Gitano de Valparaíso, era el poeta amigo de la señora, yo creo que le decían el Gitano, porque era crespo, medio agitanado y muy elegante. Nos sentamos en la mesa especial de la Peña, me llamó mucho la atención el Gitano, había sido alumno del Mackay y de un liceo de Quilpué. Era alumno de la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar.

El gitano como les decía, tenía unos veintidós años, para mí era un poeta muy especial. Conversamos algo de literatura, le llamó la atención de que a mi edad estuviera escribiendo en Valparaíso, me pidió que le mostrara mis escritos, cuando leyó las entrevistas a las princesitas, me comentó que tenía una agencia de cartas para las prostitutas de Valparaíso, que escribía misivas para las enamoradas mujeres y éstas aportaban a su sustento.

Me comentó que estaba escribiendo sus versos de la canción “Valparaíso” y me mostró unas hojas con los versos y sus partituras. En ese momento se integró a la conversación su socio de la Peña, el Payo Grondona, cantautor, me dijo que cuando Osvaldo le mostró sus versos originales que decían “porque yo nací pobre y siempre tuve miedo a la pobreza”, le dijo Gitano: tú no naciste pobre y los pobres no le tienen miedo a la pobreza, le tienen rabia y por eso había quedado como los versos que me mostró el Gitano, “porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza”.

Después de haber conversado con el Gitano y haber escuchado cantar a esos tremendos cantautores y haber probado esos manjares preparados con mariscos y pescados traídos directamente de las caletas de los pescadores, la señora me indica que tenemos que regresar.

Con el tiempo me enteré que el Gitano se había exiliado, había viajado a varios países y que había muerto de cáncer en Italia, creo que Valparaíso no estaba preparado para recibir a un cantautor de su madera.

Nos fuimos caminando a la casa, hacía mucho frío, eran más las tres de la mañana, después de caminar varias cuadras, la señora me dijo que el barrio Puerto se extiende desde la plaza Sotomayor, hasta el antiguo edificio de la Aduana.

Entrando a la casa, había un ambiente de humo y fiesta, se respiraba mucha alegría, debido a que estaba un payador insinuando unas payas que eran muy chistosas, me senté a escucharlo atentamente, pero cuando terminó su última paya, el me pidió que saliera al ruedo y que dijera algo, como me consideraba escritor y como en ese tiempo tenía muy buena memoria, canté el poema del gran poeta y escritor, Gonzalo Rojas, “Que se ama cuando se ama”, que parte con un verso que cuando lo leí me quedó escrito a fuego: -“Que se ama cuando se ama mi DIOS, ¿la luz terrible de la vida o la luz de la muerte?”-, cosechando muchos aplausos, sobre todo de mis princesitas y me gané un cucharón con ponche.

Así estuve viviendo durante más de dos semanas unas experiencias increíbles que me enseñó Valparaíso, que no volví a experimentar en mis años de colegio, escuela militar y universidad. Por eso agradezco a DIOS que me puso en ese momento en las calles de Valparaíso.

De lo último que me acuerdo, fue una noche en que pude observar “in situ” la efectividad de los siete espejos, que sirvieron para anunciar que en la puerta estaban unos detectives. Se produjo un revoloteo infernal, la señora me metió dentro del secador de mimbre y me tapó con unas frazadas y me dijo que me quedara sin moverme, ni meter ruido y que saliera solo cuando no hubiera ningún ruido, sentí discusiones fuertes, golpes y muchos garabatos, sentí miedo, pero muy obediente guardé estricto silencio y salí después de un buen rato de permanecer todo en silencio, no había nadie, me metí a la pieza y esperé a la señora escribiendo lo que había escuchado dentro del secador, cuando llegó me explicó que había sido una redada. Sin entender mucho escribí, escribí hasta que me venció el sueño.

A la otra noche aparecieron varios parroquianos pelados al rape, la princesitas me explicaron que esto era debido a que cuando personas eran detenidas por la policía, los pelaban de esa manera. Ese procedimiento, ya no existe hoy.

Y como todo llega a su fin, llegó el día que tenía que regresar, porque las clases ya habían vuelto y era miércoles muy temprano de la tercera semana, la señora con mucha tristeza en su cara, me entregó mi ropa de estudiante y volví a usar mis pantalones cortos y mi chaqueta de institutano, me acompañó muy temprano a la estación, sacó el pasaje de vuelta y me dio unos pesos para que volviera a mi casa, me dijo que los siete espejos era mi casa y que volviera cuando quisiera, que si editaba algún libro se lo enviara, yo le dije que iba a volver, deje caer unas lágrimas. Con mi lápiz muy gastado, y mi cuaderno llenó de escritos, subí al tren, baje la ventana para dar mi último adiós y cuando la vi llorando, y sabiendo que no volvería nunca más, me puse a llorar. Me fui leyendo mis escritos, hasta llegar a Santiago.

Llegué a mi casa, mi madre al verme plantó un grito, que debe ser producto de su desahogo, estaba con mucha pena y rabia de lo que había hecho, pero luego llegó mi padre, el cual solo me preguntó como lo había pasado y me pidió mi cuaderno. Al otro día y cuando me fue a dejar al colegio, me lo entregó sin comentarios. Mucho tiempo después, me pidió que conversáramos de mi viaje y de mis escritos.

Entré al colegio y le entregué mi cuaderno a mi profesor de castellano, el cual me dijo que por qué no había asistido a su clase del día lunes y le contesté que había llegado ayer miércoles a Santiago, pero que se lo traía para que viera mis escritos y los evaluara, lo guardó y me mandó a tomar asiento.

Luego de varias semanas de insistirle con vehemencia si había leído el cuaderno, me lo devolvió, pero me dijo que no veía mucha calidad literaria, fue como un gran mazazo, no pude tener atención en las clases ese día, mis compañeros más cercanos me preguntaron si me pasaba algo, por dentro me quería morir. Después de clase me fui caminando por la Alameda a mi casa y fui dándole patadas a mi cuaderno el que se fue despedazando y vi a una persona que estaba fumando, le pedí fósforos y lo quemé, sorprendido me preguntó porque lo quemaba y le dije que era una historia de casi tres semanas.

En la última clase de castellano, antes de salir a vacaciones de verano, el profesor después de despedirse del curso, me llamó y me pidió mi cuaderno para leerlo en las vacaciones, le pregunté porque lo quería leer si no tenía calidad literaria. Le conté que el mismo día que me había dicho que no tenía calidad literaria, lo había quemado. Se produjo un silencio total, quedó perplejo y sin palabras, se dio media vuelta y se marchó.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios
Portada | Hemeroteca | Índice temático | Sitemap News | Búsquedas | [ RSS - XML ] | Política de privacidad y cookies | Aviso Legal
EURO MUNDO GLOBAL
C/ Piedras Vivas, 1 Bajo, 28692.Villafranca del Castillo, Madrid - España :: Tlf. 91 815 46 69 Contacto
EMGCibeles.net, Soluciones Web, Gestor de Contenidos, Especializados en medios de comunicación.EditMaker 7.8