Teníamos mucho dinero, liquidez o quizá lo que teníamos era juventud. A veces aparecía Carolo, a veces no, y Juan Luis Vives o Santiago de Soroa. Han pasado muchos años pero cuando veo “Passengers” y como toman cócteles de champagne en las copas transparentes e impolutas, me acuerdo de mi juventud, mi juventud perdida.
La vida es maravillosa y es una pena desaparecer algún día….pero ahora tengo sobre todo recuerdos y se mezcla la realidad con la ficción. Sueño que una chica joven me abraza intensamente, me abraza y no dice nada, pienso a qué lugar ir con ella y estoy pensando en eso cuando compro una caja de bombones Dios sabe para quién, pero es muy cara, y cuando pido otra con la mitad de los bombones, la chica no se me quita de encima y de pronto me despierto y me doy cuenta que es un sueño y que la calefacción eléctrica está a tope.
Voy a comer a casa de mi cuñada, un chalet precioso de dos plantas con piscina y jardín, me sientan en la presidencia de la mesa llena de detalles y me siento un poco envarado y ridículo, no estoy acostumbrado a eso y menos a que me llamen don Germán, pues en realidad me siento un chico joven.
Me sirven el primer plato, varias cucharadas de exquisitas angulas; todos me miran y siento la realidad del lujo y del confort; mi hija, mi mujer, mi sobrino y su mujer peruana que parece francesa; echo de menos a mi hermano que ha desaparecido, ya no está en este mundo, y mi sobrino me recuerda por email que yo soy “el patriarca” y que aunque es navidad recibir la luz solar a través de un cristal te calienta el alma.
Mi hija conduce el magnífico automóvil camino de casa, pero de pronto gira y decide en María de Molina ir al Pardo a tomar algo, y en el Pardo me veo sentado en una butaca pero quiero Lexatín, (el Lexatín y la Aspirina son las dos medicinas más perfectas que se han inventado), pero como mi mujer se ha olvidado el Lexatín en casa pido una infusión de tila, y cuando la estoy bebiendo me miran y me dicen que en qué pienso; no pienso en nada, pienso en la dicha de estar vivo mientras degusto la tila que curiosamente me da más energía y bienestar que los cocteles de champagne. Y miro a mi hija que está como transformada, y a mi mujer, y me acuerdo haberme casado con ella; una vida, la mía plagada de errores, pero también de aciertos, de éxitos y sobre todo de mucha suerte. Sí, soy un tipo con suerte, o quizá haya sido al Espíritu Santo a quien se lo deba todo.