Sé que me has llevado a ver pasar los trenes en los prados del Escorial, nuestro lugar de veraneo, y a la piscina Prado Tornero. Sé que has dirigido la tienda con muchísimos empleados a tus ordenes siempre amorosas, y que gracias a tu esfuerzo he podido conocer muchos países del mundo y estudiar derecho y ciencias empresariales en la universidad de los jesuitas, el “Icade”, bajo el impulso genial de Ignacio de Loyola; y sé que me has querido, nos has querido a todos, a mi madre, a mí y a mis hermanos Enrique y Mercedes de una forma asombrosa, pues tú eras asombroso, he llegado a oír a vuestros amigos y a gentes más lejanas “que jamás habían conocido a unos padres que hayan querido a sus hijos de una manera tan absoluta como tú y mamá”. Por todo eso te estoy más que agradecido, por tu ejemplo. Y no encuentro palabras.
Pienso que gracias a la misericordia de Dios, en el que firmemente creo, nos volveremos a ver y a sentir en el Paraíso, en ese mundo, el reino de Cristo, que no es de este mundo, como repitió él varias veces, entre ellas ante Poncio Pilato; y donde nos encontraremos todos. Hasta entonces recibe el recuerdo y el abrazo de tu hijo Germán.