A continuación, uno de los integrantes del grupo de folclore, ataviado con el traje típico de Aliste presentó a Concha Pelayo hablando de su dilatada trayectoria literaria y periodística, así como de sus conferencias sobre turismo en diferentes lugares de España o Europa, sin olvidar su labor como miembro del jurado de diferentes festivales de cine turístico.
Acto seguido, Concha Pelayo toma la palabra para agradecer a la Casa de Zamora y a su presidenta la invitación; y dar las gracias al público.
Comenzó su disertación hablando de su infancia, de los tres pueblos que la vieron crecer, distantes uno del otro a un kilómetro, en los que aprendió a conocer la vida familiar, social y humana. En sus pueblos vio besarse en apasionadamente, por primera vez, a una pareja, aparearse a dos perros, parir una oveja u oír los gritos de una parturienta. También vio los primeros muertos desde muy niña porque entonces a los niños no se le ocultaba la muerte.
Así fue desgranando su vida mientras evolucionaba y aprendía a discernir lo justo de lo que no lo es; y distinguir entre la traición y la nobleza. Todo aquello la hizo fuerte y sensible al mismo tiempo. La vida misma era la televisión de entonces. Después hablaría de su estancia en la capital y de las bondades de la ciudad de Zamora, la que alberga el mayor patrimonio románico del mundo.
Al finalizar, el público la premió con encendidos aplausos y elogió su sentido y sencillo pregón.
Concluido el acto del pregón, el grupo de coros y danzas de la Casa de Zamora, interpretó bailes y canciones de todas las comarcas de Zamora para deleitar al público, no sólo con su folclore, sino con la belleza y riqueza de sus trajes típicos, catalogados como los más ricos y elaborados de España.
Para terminar, todos los asistentes al pregón se desplazaron a la Casa de Zamora, sita en la Calle Conde Ribadeo núm. 3, donde fueron obsequiados con una suculenta cena. Y allí continuaron con bailes y canciones porque la noche era larga y prometía.
--------------------------
Pregón de La Semana Cultural de La Casa de Zamora de Valladolid 2024
Muy buenas tardes. Ante todo, agradecer a María del Tránsito Herrero, presidenta de la Casa de Zamora en Valladolid por invitarme a dar el pregón de la Semana Cultural. Muchas gracias Mari.
Y agradecerlo, muy especialmente, porque no hay nada más grato para mí que hablar de lo que una ama y conoce y en este caso de mi lugar de nacimiento en Muelas del Pan, en Zamora. Y, además porque la casa, con su nombre honra a nuestra patrona, la Virgen de la Concha, nombre de mi hija, y mío también, aunque yo lo celebro el 8 de diciembre.
Dicen que el paisaje condiciona el carácter de las gentes y dicen también que la infancia nos condiciona de por vida. Yo no tengo palabras para agradecer a mi tierra y a sus gentes: a mis abuelos, a mis padres y hermanos, a mi familia toda, lo que me enseñaron con su ejemplo vital, con su esfuerzo y rudeza, con su firmeza de carácter, con la manera de asumir la vida y la muerte sin engaños, sin tapujos.
Siempre estaré agradecida a ese lugar donde disfruté de tres pueblos, -siempre digo que yo tengo tres pueblos- casi nada. Un privilegio impagable. Tres nombres que forman parte de mi vida: Muelas del Pan, donde nació mi padre, Ricobayo de Alba, el pueblo de mi madre y el Salto del Esla, o de Ricobayo, donde nací yo, asistida por Don Juan, el médico de Muelas por entonces.
En estas tres localidades se desarrolló mi infancia y adolescencia por igual. Del Salto iba a la casa de mis abuelos en Ricobayo o a la de mis otros abuelos en Muelas. Y ese recorrido de tres kilómetros aproximadamente fue mostrándome además de un paisaje bellísimo, escenas de la vida que no olvidaré, como por ejemplo el beso apasionado entre una joven pareja, el apareamiento de dos perros, o la oveja que acababa de parir. La vida misma, lo que no veíamos en el cine ni en la tv, porque no la había y allí se me mostraba en toda su crudeza.
Allí también conocí, aunque fuera como mera espectadora, lo que era la siega, la trilla, la vendimia, la recogida de leña, el ir con el ganado al campo, el miedo que pasaban cuando escuchaban los aullidos del lobo…También conocí la muerte y vi los primeros muertos, los entierros…A los niños no se nos ocultaba a los muertos, por eso cuando yo digo que he visto muchos desde pequeña y que incluso, no sólo no me asustan sino que los miro muy atentamente, la gente me tacha de rara, pero no, ni mucho menos, es que yo viví todo aquello con la mayor naturalidad. El muerto en la cama, las mujeres llorando y rezando, las cuatro velas, el rostro lívido, el rosario entre las manos, a veces un pañuelo le anudaba la cabeza para impedir que la boca quedara abierta. Todo ha cambiado con los años; a los muertos se les lleva a los tanatorios y a los niños se les impide verlos.
En Muelas y Ricobayo también conocí la matanza del cerdo, el ritual, que se vivía año tras año. Todavía en mis oídos los chillidos del animal cuando corría por el corral despavorido, acosado y reducido por los hombres hasta colocarlo en el tajo y ver cómo mi abuelo Luís, o Cipriano, blandían un enorme cuchillo que introducían hábilmente en el pescuezo del animal. Después miraba extasiada la sangre que caía al fondo de una cazuela de barro y al instante quedaba cuajada por el frío. Aunque no entendía nada de lo que ocurría, pronto me di cuenta de que aquello era normal y yo lo fui aprendiendo poco a poco. Así íbamos haciéndonos fuertes, como lo eran nuestros mayores. Las comodidades de la vida moderna quedaban muy lejos. Mis abuelos tenían que ir a buscar el agua a las fuentes, a lavar la ropa al río; para lavarse utilizaban una palangana y no tenían luz eléctrica todo el día. La daban al anochecer y la quitaban de mañana, muy temprano. Así veía yo la vida de mis abuelos en Muelas del Pan y en Ricobayo de Alba.
En otoño, recuerdo la fiesta del Ofertorio; el ramo colorista sobre la fachada de la iglesia, los brillantes frutos, las uvas, los pimientos, las botellas de licores, los dulces, las roscas de diferentes tamaños, la sonrisa de mi padre mientras pujaba por la más hermosa para ofrecérnosla a los más pequeños.
Siempre estaré agradecida a mis tres pueblos porque me dieron la oportunidad de conocer dos formas distintas de vida; la que acabo de relatar en las familias de mis abuelos, en su vida de labradores, y la que viví en el Poblado del Esla, junto a mis padres y hermanos. Allí todo era diferente, el agua en los grifos, la electricidad todo el día, la comodidad y el confort; los jardines perfectamente cuidados por Sebastián el jardinero, incluso el autobús de la empresa que nos llevaba a Zamora a diario. Todo eran servicios, privilegios y gabelas, pero dentro de un orden. Había muchas diferencias y los niños las notábamos. Por ejemplo, siempre vi ciertas diferencias entre el Hotel Dirección donde se alojaban los ingenieros e invitados importante, (vi a Franco en dos ocasiones) y la Hospedería donde se alojaban los peritos y otras categorías de menor nivel. Había un estatus muy bien definido; un rango que discriminaba según categorías. Recuerdo que había sirvientas uniformadas, vestidos negros y blanquísimos y almidonados delantales blancos. También guantes blancos que usaban cuando servían las mesas a la gente importante. Yo supe de todo aquello porque mis amigas Mari Tere Paz y Merche Nieto, eran nietas de dos señoras que regentaban estos dos edificios como amas de llaves o mayordomas. A veces las acompañaba para ver a sus abuelas y ya percibía algo de aquello o me lo contaban ellas mismas.
No olvidaré, en una ocasión, cuando vi. sobre una bandeja un montón de langostas. Qué es eso pregunté sorprendida: hija qué tonta eres; son langostas. Yo no las había visto en mi vida. Ni sabía de su existencia. Todo aquello estaba impoluto y ordenado, contrastaba con las casas de mis abuelos, llenas de aperos de labranza por todos lados.
Sí, allí aprendí, no sólo a contemplar la vida, sino también a ver la injusticia o la discriminación en la propia escuela cuando veía a la maestra sentar en sus rodillas a la hija de un importante jefe, y ofrecerle un caramelo delante de todas las demás, mientras que a la hija del jardinero le propinaba reglazos en los dedos, aunque no lo mereciera. Recuerdo que aquello me dolía mucho como me dolían otros sucesos parecidos en aquellos años de mi infancia
Aquellas formas de vida fueron fundamentales para mí porque me enseñaron todo lo que hay que saber para convivir con los demás, por tanto ¿cómo no voy a estar agradecida a esas tierras, incluso a ese paisaje granítico, a veces inquietante, y que tanto estimuló mi imaginación para que se fraguara mi vocación literaria, a la que también contribuyó mucho mi madre, una narradora excelente y de privilegiada memoria que no se cansaba de contarnos historias en las largas noches de invierno. Toda una impagable experiencia. Precisamente, en aquellos años, un tío mío, sacerdote, me regaló el libro de Mujercitas, un libro que leí una y otra vez. Tenía ilustraciones en blanco y negro y en ellas, las cuatro hermanas, protagonistas de la historia, hacían sus vidas junto a su madre. Una de ellas, Jo, quería ser escritora. Inmediatamente yo supe también que quería serlo. Y desde entonces no he dejado de escribir.
En estos lugares, supe muchos años después, cuando fui consciente de ello, que se fortalecía mi espíritu y me hacían sentir especialmente bien porque se confabulan a la perfección los cuatro elementos de la naturaleza como son: el aire, la tierra, el agua y el fuego y allí los percibo como en ningún otro lugar cuando siento la brisa, tierra bajo mis pies, o me sumerjo en el agua del embalse y me dejo acariciar por el calor del sol. Nunca, en ningún lugar del mundo, y he recorrido más de 50 países por todos los continentes, me había sentido tan bien ni había experimentado tanto bienestar físico. En mi tierra es donde más consciente soy de que la felicidad está en las cosas más simples.
Estoy segura de que muchos de los que estáis aquí, habréis tenido también esa misma sensación cuando os encontráis en vuestros lugares de origen.
Y así mientras crecía fui experimentando alegrías, tristeza, frustraciones, desengaños, porque los niños tienen una enorme capacidad de sufrimiento, pero los sentimientos, entonces, se callaban. Se cerraba el corazón como se cerraba la boca como cuando se nos decía: Cuando los mayores hablan los niños callan” Y callábamos siempre. Y de aquellos silencios, repito, se fue forjando mi carácter y personalidad, fuerte y decidida, pero empática y sensible para saber cuándo alguien sufre y para saber ponerme en su piel. Y la gente de esas tierras, de mi tierra, es así, áspera por fuera, pero cálida y solidaria por dentro.
Más adelante sería Zamora, la bella ciudad del Romancero, la que me hizo descubrir la vida urbana. Zamora cuenta con 22 templos románicos, la ciudad que alberga más monumentos de este arte en el mundo, o sus 19 edificios modernistas, por lo que Zamora forma parte de la Red de Ciudades Modernistas Europeas. Un orgullo para los zamoranos.
Zamora es una joya de arquitectura y de historia. En ella se fraguó gran parte de la historia de España. La ocuparon reyes y reinas y pasear por sus calles contemplando las fachadas de sus edificios cualquiera se da cuenta de la importancia que tuvo esta ciudad en épocas pretéritas, sólo hay que observar con atención la arquitectura de sus edificios para darnos cuenta del mimo con el que fueron construidos. Podría decirse que Zamora es una de las ciudades, en su conjunto, más bellas de España. Se alza, en sus orígenes, sobre el río Duero, ese río tan cantado por muchos poetas como Claudio Rodríguez, Agustín García Calvo, o Gerardo Diego. Sobre las peñas llamadas de Santa Marta fue configurándose Zamora, rodeada de una bella muralla medieval, oculta durante decenas de años por la desbandada de los pueblos a la capital, hoy, al fin, descubiertas de nuevo por las políticas de rescatar la verdadera esencia de las ciudades.
Zamora hoy día es un lugar del que todos nos sentimos orgullosos, porque tenemos razones sobradas para estarlo. Iniciar el camino desde ese mismo principio donde está ubicada su magnífica catedral románica bizantina y el castillo de Urraca, continuando por sus rúas medievales y estrechas es ir comprobando su evolución según fue pasando el tiempo, vamos descubriendo la historia de la propia ciudad y sus diferentes épocas. A partir de la plaza Mayor, una Zamora moderna y cosmopolita nos aguarda con sus preciosos edificios, con sus balconadas en madera y acristaladas con esos edificios modernistas, con sus establecimientos modernos y bien presentados donde se exhiben las más importantes marcas. Sinceramente emociona ver la evolución de esta ciudad que apostó por permanecer en el tiempo pese a que las políticas nada favorecedoras que ha tenido. Sin embargo, Zamora se resiste a morir.
Gracias de nuevo por invitarme a estar hoy aquí. Mi deseo es que la vida os sonría a todos y que vuestros generosos brazos se extiendan para abrazar a aquellos que más lo necesitan. Que los más pequeños vean en los mayores que ni la avaricia, ni la soberbia ni el poder, hacen felices a los hombres, sino la capacidad de entender y comprender a los demás.
Disfrutad de estas jornadas festivas y culturales y vivirlas con toda intensidad.
Un abrazo a todos.
Concha Pelayo