Yo no había estado nunca en Cuba, por tanto, es mi primera vez. Y espero que no sea la última. Me une a ella lazos de sangre puesto que el padre de mi abuelo materno, es decir, mi bisabuelo, emigró a Cuba para hacer fortuna, como lo hacían muchos españoles. Allí hizo otra familia, a la que no conocemos. En esta ocasión, por descoordinación en la comunicación no ha sido posible, pero espero que cuando vuelva, porque volveré, pueda abrazar a mis parientes cubanos. Es interesante pensar en este tipo de relaciones. Y en esta libertad y modernismo, porque no era ni medio normal, y sobre todo en aquellos tiempos, tener dos familias. Y no estar locos.
Bueno, anécdota aparte, voy a relatar las impresiones que yo me llevo de Cuba. Ante todo, asombro por la belleza de la isla, por su vegetación. Es tan exuberante que podría decirse que toda la isla tuviera horror al vacío, al “horror vacui” como decimos cuando entramos en una sala cuya decoración es tan profusa que no deja un huequecito para ver el color de la pared. Pues bien, Cuba es así, la vegetación, el verdor lo llena todo. Y donde no hay vegetación hay agua. Los ríos nos salen al camino entre palmerales entre los que crecen todo tipo de frutos tropicales; por donde abundan los pastos por donde se enseñorean algunas vacas o búfalos. Agua y vegetación son protagonistas y, sin embargo, curiosamente, apenas sale agua de los grifos por los establecimientos de carretera. Son los contrastes observados en Cuba.
Llegamos a La Habana; el señorío antañón en calles y plazas, en fachadas elegantes de edificios que quedaron ahí, estáticos, como si fuera un decorado de los años veinte. Sorprendente esta ciudad que me ha dado tanto. Esperaba mucho menos, lo confieso. Creía que era menos populosa, más provinciana y me encuentro con una impresionante ciudad, colorista y alegre, de calles con una vida que emerge de los cafetines con su música de salsa; con sus bailarines practicando, con sus mujeres bellas, morenitas, todas ellas con espectaculares tafanarios, (la envidia de muchas) que lucen con descaro. Edificios de dos plantas, de bellísimas fachadas, ocupadas en sus tiempos por la aristocracia cubana, hoy asoman por sus ventanas mujeres u hombres sin recursos, mirando ociosos el fluir de la vida; mucha ropa, ropa vieja, tendida en los balcones. Otro contraste que nos llama la atención.
Sorprendentes los automóviles que circulan por la ciudad. Vuelve mi imaginación a los años 20, a Alcapone y sus secuaces. Sin embargo, sus ocupantes son gentes sencillas, que cuidan su carro como a su bien más preciado. Pudimos dar un habanero paseo en esos preciosos coches, todos pintados de un rosa chicle: un paseo alegre y maravilloso donde respiramos los rumores de la Habana, que no son pocos. En una de sus calles, la Floridita, donde Hemingway tomaba sus daikiris, a los que hizo famosos. El escritor, en bronce, apoya su brazo en la barra mientras mira al tendido, imagino como cuando miraba a los toros desde la barrera. La ciudad de la Habana rinde homenaje al arte y a la intelectualidad. Figuras en bronce como Antonio Gades y otros intelectuales locales abundan por las calles de La Habana
Qué ciudad tan fantástica. Uno de mis acompañantes dijo mientras caminábamos: “Esta ciudad es la hostia” …un poco fuerte, sí, pero es que la Habana lo es. Y mucho más todavía. Es un lugar que trasciende y nos lleva a un destino infinito. Paseamos por el Malecón, tantas veces cantado y que ha inspirado tanto, y a tantos. La plaza de la Revolución. Allí la esencia del comandante, en cualquier rincón. El aire, mezclado con la brisa, sabe a comandante, a la Cuba detenida en el tiempo.
Partimos hacia el Valle de Viñales donde se cultiva el tabaco. Allí, un bello joven nos mostró cómo hacer hasta llegar a elaborar un puro, a mano. Antes, como avezado maestro, nos enseñó el proceso de siembra, cosecha y secado del tabaco. Después llegamos a la Cueva del Indio, una de esas cuevas que nos recuerdan a las del Soplao en Cantabria, para ver las formaciones que hace el agua a través de los miles de años. Allí mismo subimos a unas barcas y bogamos emocionados a través de la cueva hasta salir al exterior. Pero antes de llegar a la cueva pudimos ir admirando las casitas de madera a un lado y otro de la carretera, donde los habitantes del lugar viven de forma apacible, sentados en los porches de sus casas, en sus hamacas o sillas, en animada conversación. Reparamos en que nadie leía, o arreglaba el jardín. Tampoco vimos a las mujeres tricotar o hacer ganchillo. Tal vez carezcan de agujas, hilos, libros…tal vez.
Al finalizar esta visita paramos para almorzar en un lugar bellísimo donde existe un mural pintado sobre una gigantesca roca al que llaman Mural de la Prehistoria, un mogote pintado con diferentes etapas de la evolución.
Trinidad, ciudad Patrimonio de la Humanidad, una ciudad cuyas calles empedradas respiran la antigüedad de su historia. Todo permanece inalterable. Recorrimos sus calles coloniales, conversamos con sus habitantes, visitamos un taller de alfarería y pudimos deleitarnos con la artesanía que venden en sus puestos. Visitamos también el Valle de los Ingenios. Algunas mujeres se acercaban a nosotros para pedirnos paracetamol, algo tan trivial que a nosotros nos sobra.
Salimos hacia Cienfuegos, siempre el paisaje de testigo, las carreteras y autovías repletas de cubanos que hacen autoestop. Hay vehículos del estado que tienen obligación de parar y llevarlos a sus destinos. Muchos remolques tirados por caballo u otro animal de carga que utilizan para su propio transporte. Algunos iban llenos de gente, familias enteras. Otros llevaban diversos utensilios, incluso uno de los remolques transportaba a un cebón blanco, enorme, tumbado. Ignoramos cómo consiguieron subirlo. Allí mismo delante de nuestro autobús, hizo sus necesidades sin ningún pudor. Cosas de Cuba. Pero, en medio de todo este devenir, la fauna avícola que inunda el cielo con sus diversos trinos, con su colorido. El paraíso soñado, sin duda, está en Cuba.
Nuestro último destino, Varadero, descanso en el Hotel Meliá Internacional. Confort y lujo, extraordinarias instalaciones, trato exquisito, servicio impecable. Los cubanos saben tratar a su turismo, de eso no hay duda alguna. Y frente a las instalaciones hoteleras, las playas de Varadero, el atlántico y sus aguas, como plácidas mecedoras. La última noche, Congreso en uno de los magníficos salones y cena de gala al aire libre. Espectáculo y música caribeña. Nos acompañó el ministro de Turismo, señor Juan Carlos García Granda. Dirigió a los presentes amables palabras de bienvenida.
Hay que agradecer al equipo organizador del congreso, a la empresa Guamá, a la cadena hotelera Meliá, a Havanatur y a toda su gente, que en todo momento estuvieron a nuestro servicio con una amabilidad exquisita. No quiero olvidar a nuestros guías que demostraron su saber estar y conocimientos, para darnos información. Y sobre todo, el trato impecable y el respeto a nuestra lengua española. En América se hace un uso impecable del español, cosa que hay que agradecer y valorar.