En efecto, en cuanto a mi modesta experiencia personal puedo decir que todos mis amigos, solteros, viudos o separados han fallecido, mientras que los casados permanecen incólumes.
Hay otro dato. Aquellos que se han movido mucho, los que tienen muchos compromisos, actividades profesionales o personales, responsabilidades fuera de casa, han cogido el Covid. Los del principio de esta epidemia, se cuentan entre los fallecidos o duramente dañados, con complicaciones sobrevenidas.
Los que apenas se han movido permanecen sanos e incólumes.
Parece ser que estar vivo es el mayor regalo del cielo. A propósito de esto me gustaría aclarar el gran acierto de la Iglesia Católica una de cuyas funciones – a mi modo de ver- constituye “visualizar el más allá de esta vida”; esto es, dar forma y corporeidad a lo que será la vida eterna más allá de ésta, sembrada de inquietudes y sufrimientos ya en el cielo, que no es otra cosa que partir de este mundo al otro, al mundo de lo invisible.
En la muerte de los Papas esto se hace muy visible, así como en los ritos de beatificación o canonización de los santos. Todo pasa y se basa, por supuesto, en el dogma de la comunión de los santos, dogma de fe como sabemos y que se recita en la oración del Credo.
De esta forma –repito- Roma visualiza lo que nos espera más allá de la muerte, que no es otra cosa que el fin de esta vida. Pues cuando la muerte llega tú ya no estás aquí.
En realidad la única verdad es la vida, y esta vida material se termina y nada más.