Veamos. Hay dos tipos de seres, los que existimos como yo, y los que se han marchado. También los que son, pero que jamás existieron ni posiblemente existan.
En apariencia estos segundos sin ser mortales pocos los olvidan, véase y son por ejemplo Hamlet, príncipe de Dinamarca; Timo y Nico, los protagonistas de mi obra “La Tienda”; el sepulturero, amigo de Hamlet con el cráneo de Yorick en las manos; don Quijote de la Mancha, Sancho Panza; Vladimiro y Estragón, de “Esperando a Godot”; la Victoria de Samotracia, La Venus de Milo, La rendición de Breda; la Gioconda, “Los fusilamientos” de Goya; la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, etc.
Todos estos ejemplos llamados inmortales, permanecen y permanecerán siempre mientras el hombre exista, pues son más bien famosos que inmortales.
Por el contrario nosotros, yo mismo, nacemos y morimos. “Polvo eres y en polvo te has de convertir”.
Pero en este lapso de tiempo inventamos, construimos, escribimos, pintamos y componemos; hacemos cosas hermosas, o deshacemos y destruimos (véase Vladimir Putin), cosa que no pueden hacer ellos, los “entes inanimados“ a que antes me he referido, que sin embargo no mueren y no son polvo del polvo.
El único punto de inflexión que conocemos, el “Alfa y Omega”, es Jesús de Nazaret, hijo del Padre eterno que se hizo carne mortal como nosotros, que murió clavado en una cruz y que al tercer día resucitó.
Acabamos de celebrar el llamado domingo de resurrección, la suya; y la promesa repetida por todos los papas desde san Pedro hasta el papa Francisco: la promesa de nuestra propia resurrección. Si bien es verdad que para ello habrá que confesar y sobre todo comulgar con frecuencia repetida. “El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré de entre los muertos”.
Ahí, en ese momento Cristo nos promete una eternidad parecida a la de una piedra de granito del Guadarrama, o a la de La Gioconda, La Venus de milo, el cuadro “La rendición de Breda”, “La paloma” de Picasso, o “El Guernica” del mismo autor.
Con nuestra vuelta a la vida por segunda vez, prometida por el maestro, se nos garantiza la más generosa de las inmortalidades en un mundo nuevo libre de sombras y de pecados, donde viviremos y pernoctaremos en compañía del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
He dicho.