La normalidad volvía lentamente a la capital y a Guayaquil, las ciudades donde el jueves se registraron los peores disturbios. Quito ya tiene otra vez operativo su aeropuerto y Colombia y Perú han reabierto sus fronteras con Ecuador.
El jefe de la Policía, Freddy Martínez, anunció su dimisión con el argumento de que los agentes, «que estamos llamados a mantener el orden y la tranquilidad, ayer (por el jueves) provocamos desorden». Martínez reconoció «infiltraciones de gente interesada en desestabilizar» el cuerpo, pero pidió al Gobierno que revise la ley que desató la sublevación policial.
La misma solicitud fue hecha por la cúpula del Ejército, que ha permanecido fiel a Correa durante toda la crisis. El Gobierno aún no se ha pronunciado, pero el presidente dejó muy claro que lo ocurrido el jueves fue «un intento de golpe de Estado». «No se trató de una legítima reclamación salarial, sino de un claro ejemplo de conspiración», dijo Correa, citado por «Efe».
Según Correa, cuando intentó explicar a los agentes que le tenían secuestrado que él les había subido el sueldo «como nunca antes», le respondieron «no, eso lo hizo Lucio (Gutiérrez, líder de la oposición y ex presidente), sabiendo bien entonces quiénes estaban en esa conspiración», relató.
El presidente también acusó al círculo de allegados a Gutiérrez de la toma, durante unas horas, del canal público Ecuador TV con el objetivo de interrumpir las emisiones, uno de los episodios más graves de la tensa madrugada del jueves al viernes en Quito. Poco antes, un grupo de policías sublevados había agredido al ministro de Exteriores, Ricardo Patiño. No fue el único hospitalizado. El propio Correa fue herido el jueves en una pierna durante una refriega con los amotinados del Regimiento I de Quito, en cuya sede se presentó para convencerles de que depusieran su actitud.
A la postre, ese incidente resultó fatal para el presidente ecuatoriano: fue trasladado a un hospital policial y allí quedó retenido por otro grupo de policías sediciosos. La situación se hizo más tensa cuando seguidores de Correa empezaron a llegar al centro hospitalario y se enfrentaron a pedradas con los policías que lo custodiaban. Y en esto llegó el Ejército, que se enfrentó a tiros con los policías rebeldes. Media hora después, el presidente salía en silla de ruedas, protegido por soldados pertrechados con escudos y cascos y armados hasta los dientes, y entraba en un coche blindado sobre el que aún dispararon sus fusiles algunos de los sublevados, según informó la agencia pública «Andes».