El viceministro, que encabezó en México la repatriación de los restos de 16 víctimas, aseguró que ``el sobreviviente nuestro (hondureño) nos indica que son unos 30 hondureños los que murieron en esa masacre''.
Las autoridades hondureñas repatriaron el miércoles 16 cadáveres, pero una vez que llegaron a Tegucigalpa los forenses tuvieron dudas sobre la identidad de cuatro cuerpos, que podrían ser de personas de otro país.
Hasta ahora han sido identificados casi la mitad de los 72 indocumentados que fueron masacrados a tiros el 22 de agosto en una hacienda del estado mexicano de Tamaulipas por una banda criminal.
Un ecuatoriano y un hondureño sobrevivieron a la matanza. Entre las víctimas hay también 12 salvadoreños, cuatro guatemaltecos y un brasileño, ya identificados.
Por otra parte, fueron enterrados el jueves en la aldea El Guante los restos del hondureño Miguel Angel Cárcamo, entre el dolor de su familia, amigos y vecinos, que se preguntaban ``por qué mataron a un buen hombre'', mientras en una iglesia oraban por los 72 latinoamericanos asesinados en México hace dos semanas.
“¿Por qué mataron a un buen hombre? Han asesinado a un hombre humilde, trabajador, quien se fue a cruzar fronteras para que su familia no siguiera en tanta pobreza y vino muerto'', expresó compungido el suegro de Cárcamo, Gustavo Obdulio Suárez.
“Mi yerno quería mejorar su casa, educar bien a sus hijos, pero la pobreza no se lo permitía. Mire la casita en que vivía'', indicó Suárez, un campesino de 73 años, mientras mostraba una vivienda de dos cuartos hecha con madera rústica y un tejado de láminas de zinc.
Los pobladores de El Guante, en el departamento de Francisco Morazán, en el centro de Honduras, recibieron el jueves los restos de Cárcamo, quien tras ser velado unas pocas horas en su casa fue sepultado en el cementerio de la comunidad.
Durante el velatorio, la misa por su descanso oficiada por mujeres en un templo católico y el sepelio se vivieron momentos desgarradores por el llanto de su mujer, Marleny Suárez, y tres de sus cuatro hijos, que se aferraban al ataúd pidiéndole que no se fuera.
``¡Dios mío, qué vamos a hacer sin ti, mi viejo!'', gritaba llorando Marleny, una humilde mujer de 34 años que compartió su vida con Miguel Angel durante unos 20 años.